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P. Luis Weiss, mccj

 

Palca, Perú

 

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Fotos: Comboni Missionare

y Jorge Decelis

 

     

Publicada: 09-09-2013

 

Misionero con la mochila a cuestas

 

El padre Luis Weiss, alemán de 73 años de edad, ha dedicado 32 años de su vida a trabajar en Perú, en dos periodos diferentes. Ahora nos cuenta su aventura misionera.

 

Entré al seminario menor a los 11 años de edad, que estaba a unos 40 kilómetros de mi pueblo, y después de 5 años, pasé al mayor, ubicado a 80 kilómetros de distancia, en donde profesé en 1961. Luego de estudiar Teología en Bamberg, me ordenaron sacerdote el 26 de junio de 1966. Mi primer destino misionero fue en el seminario menor de Saldaña, en España, en donde estuve de 1966 a 1980. Posteriormente, en 1981, me enviaron a Perú en donde estuve en un primer periodo hasta 1992. Llegué a la comunidad de Santa Ana, en Tarma. Atendíamos muchos pueblos, razón por la cual había tres sacerdotes dedicados a la pastoral y otro más como profesor de religión en una escuela.

Después fui electo provincial durante dos mandatos (5 años) y estuve en la sede provincial en Lima. Cumplido este tiempo, fui destinado a trabajar con los pueblos más alejados de la diócesis de Tarma, incluso algunos llevaban 8 años sin sacerdote. Recordemos que la década de los 90 estuvo marcada por el terrorismo, y en aquel entonces, mi trabajo misionero era itinerante, caminaba de pueblo en pueblo, acompañado siempre de catequistas o integrantes de grupos de oración. Nunca fui solo. Acepté con gusto porque ya tenía experiencia como «misionero con mochila» en Ayacucho en 1986, cuando, con cierto temor y riesgo, también visitaba comunidades abandonadas. Este pueblo era profundamente religioso, pero había sido tomado por terroristas, el ejército y la policía. Pese a todo, a los misioneros nos recibieron con cariño, cantos y banderas, porque ellos habían sido evangelizados precisamente por misioneros. Estuve en misión itinerante durante dos años.

 

Cerro de Pasco y Palca

De 1992 a 1999, participé como delegado en el capítulo general en Roma. Y a finales de ese año, regresé a Perú, a la ciudad más alta del mundo, Cerro de Pasco, a 4 mil 380 metros sobre el nivel del mar. Ahí teníamos la parroquia San Juan Pampa, que entregamos al clero diocesano el 31 de diciembre de 2010. Cerro de Pasco es una ciudad minera y con clima extremo. Recuerdo que celebramos misa incluso en las minas y estar bajo tierra es una experiencia impactante. Para los sacerdotes peruanos ir a Cerro de Pasco era como un castigo, para los misioneros es una situación que va acorde con nuestro carisma. Tenía buena condición para estar en estas alturas, en 10 años no tuve problemas de salud.

Después de este tiempo, fui destinado a Palca, cuya parroquia es rural, formada por campesinos. Atendemos aproximadamente 30 comunidades, la más lejana está a casi dos horas de distancia. Hacemos un rol de visitas, y cada sábado voy a una comunidad. En esta parroquia llevamos 25 años de presencia comboniana y se ven muchos frutos. Por ejemplo, celebran la eucaristía, son orantes, comparten, se ayudan, son misioneros. El anterior padre que estuvo aquí durante 16 años, no tenía carro, no manejaba, iba a pie; ahora yo visito en mi carrito a las comunidades.

Les voy a contar una experiencia que tuve en febrero pasado. Fui a un pueblo a celebrar la misa. Me acompañaba un guitarrista ciego, una mujer y un joven para cantar. Todo transcurría sin novedad, hasta que hubo un derrumbe que cerró la carretera. Yo iba preparado para una situación así, llevaba pico, pala y botas. Entre todos limpiamos la carretera, pero al intentar cruzar, las llantas se atascaron y estuvimos a punto de caer a un abismo de 100 metros. Por medio del celular, pedimos ayuda y después de un par de horas logramos salir del atascadero.

 

Mensaje a los jóvenes

Después de 32 años como misionero en Perú, y con 73 años de edad, gracias a Dios, tengo buena salud y sigo visitando parroquias. Mi compañero, el padre Eduardo tiene 78 años de edad, y seguimos trabajando en la parroquia. El pueblo peruano es muy acogedor y de trato cariñoso, estamos contentos, queremos quedarnos aquí porque estamos muy contentos.

Hoy se ensalzan el cuerpo, la riqueza, la fama y el poder, pero todo esto es muy relativo. A la luz de la Palabra de Dios y de la vida de Jesús, los misioneros tenemos que decir a los jóvenes que apuesten por los valores auténticos, porque así serán felices. A san Francisco de Asís, de quien tomó el nombre el actual Papa, le costó mucho trabajo dejar a su papá porque era un hombre rico; al final se despojó de todo, hasta de su propia ropa, y comenzó un camino nuevo, el de la Iglesia. Demos a los jóvenes los valores de Jesucristo. Si quieres dedicar tu vida a una causa grande, únete a un gran ideal como la vida misionera. Mis años más felices como misionero han sido cuando fui con la mochila a cuestas, caminando de pueblo en pueblo, comiendo con la gente; me sentí misionero por los cuatro costados.

 

Por Claudia Villalobos

 

Audio: Redacción

 

 

 

 

 

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