Publicada:
18-09-2013
¡Gran récord de servicio!
El padre comboniano
Albino Grunser es ciudadano italiano de habla alemana, es decir, nació en
Terenten, lugar situado en los Alpes Centrales conocido como Tirol del Sur,
parte del territorio austriaco cedido a Italia después de la Primera Guerra
Mundial. ¡Él tiene 80 años de edad, es sacerdote desde hace 51 años y
misionero en Perú desde hace 48!
Poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial terminé el
último año de primaria y el vicario parroquial de mi pueblo me invitó al
seminario de los misioneros combonianos; tenía 14 años de edad cuando
ingresé. Me ordenaron sacerdote el 29 de junio de 1962 y me enviaron a
España; estuve dos años y después fui a Perú; llegué a ese país sudamericano
el 2 de febrero de 1965. Estuve en Tarma durante 28 años.
Mi labor principal, no exclusiva, consistió en la enseñanza de
religión en diferentes colegios. Los sábados y domingos visitaba muchas
comunidades de la provincia; yo tenía un «sapito», es decir, un automóvil
Volkswagen sedán viejito, con el que me trasladaba a varias comunidades que
se atendían en ese tiempo desde Tarma, esta situación ha cambiado poco a
poco.
Los años de terrorismo fueron difíciles, recuerdo que una vez nos
llamó el obispo y nos dijo que la policía le había informado sobre un plan de
asesinar a cinco o seis sacerdotes de la provincia de Tarma, no había
nombres, sólo habían proporcionado nacionalidades: peruana, italiana, alemana
y norteamericana, pero no había ningún norteamericano, habían confundido a
dos irlandeses. Después la policía dijo que no saliéramos de nuestras casas
al oscurecer, que no tuviéramos horarios fijos para nuestras actividades y
que, si por alguna emergencia, íbamos a una comunidad, regresáramos por otro
camino, la mayoría de las veces esto no era posible porque sólo había uno.
Los combonianos continuamos con nuestro servicio misionero igual que antes y,
gracias a Dios, no pasó nada.
Una vez, presté el Volkswagen a dos padres que iban a Lima, entonces
un grupo de terroristas los interceptaron en el camino y el líder del grupo
les gritó: «Por qué no se detuvieron antes, ustedes ya deberían estar
llamando a las Puertas de san Pedro». Resultó que el líder del grupo estaba
furioso porque su grupo había enterrado en esa carretera (que no era
demasiado ancha) 16 kilos de dinamita. Los padres habían pasado encima y no
les pasó nada, por lo que los milicianos se convencieron de que «se habían
salvado sólo gracias a la ayuda divina». Después les quitaron el carro y el
jefe les dijo: «Ya sé qué voy a hacer con ese carro, lo voy a convertir en un
coche bomba». Y así fue; a eso de las 9 de la noche de ese mismo día explotó
el coche bomba al lado de la catedral. El daño material fue enorme, no quedó
ni un sólo vidrio en la catedral ni en la casa parroquial; felizmente yo me
había ido a mi cuarto a dormir, que estaba a mayor distancia del carro.
Gracias a Dios, no hubo muertos ni heridos.
Después de Tarma fui a Lima, en donde estoy desde 1993; ¡tengo 51
años de sacerdote y 48 años en Perú! El año pasado, festejé mis bodas de oro
sacerdotales en tres ocasiones, la primera en un ámbito pequeño en una de
nuestras parroquias de la diócesis de Tarma, la segunda en Lima y el 16 de
octubre del año pasado en mi pueblo natal. Por supuesto, nunca imaginé llegar
a este aniversario porque yo tenía 29 años cuando fui ordenado. Estoy
contento por mi vocación misionera y sacerdotal.
A los jóvenes les digo que no piensen que resolviendo el problema
económico resuelven todo; en esta nación hay un problema en concreto: una
mentalidad utilitarista, y no existe una educación en valores, una formación
para jóvenes, sí, que sean capaces para el trabajo, pero también una
educación en la práctica de los valores.
Por: Fernando DE LUCIO
Foto: Jorge Decelis
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