«Es absurdo. Y causa especial rabia y tristeza darse cuenta de que detrás de todas estas tragedias están el ansia de poder y el comercio de armas». Son las palabras del papa Francisco en la entrevista que le realizó el periodista italiano Domenico Agasso, del periódico La Stampa, y publicada este viernes 18 de noviembre. Lo afirma al contestar la pregunta sobre el desafío que implica, como Pontífice, afrontar la «tercera guerra mundial», como él mismo la ha definido, en el contexto de una nueva amenaza nuclear.
«Me dijeron que si no se fabricaban y vendían armas en un año, se acabaría con el hambre en el mundo. En cambio, siempre prevalece la vocación destructiva, que da lugar a las guerras. Cuando los imperios se debilitan, buscan hacer la guerra para sentirse fuertes, y también para vender armas», añade.
«En un siglo, ¡tres guerras mundiales! ¡Y no aprendemos! Sin embargo, bastaría con ir al cementerio de Anzio, y pensar en la edad de los allí enterrados: fui allí y ante la tumba de aquellos chicos estadounidenses, de veinte años, que murieron en el desembarco de Anzio, lloré… Y mi corazón lloró en Redipuglia (mi abuelo me contó lo que pasó allí). Y como he dicho antes: el desembarco de Normandía… fue el inicio de la caída del nazismo, es cierto… pero ¿cuántos jóvenes, muy jóvenes, quedaron en la playa, muertos a tiros? Dicen que 30 mil…. No aprendemos…».
El rol diplomático de la Santa Sede en la guerra en Ucrania
Consultado por posibles novedades diplomáticas entre la Santa Sede y Moscú, el Papa reitera que están continuamente atentos a la evolución de la situación. Recuerda lo que dijo en la rueda de prensa a bordo del vuelo de regreso de Bahréin a Roma: «La Secretaría de Estado trabaja y trabaja bien, todos los días, y está evaluando cualquier hipótesis y valorando cualquier atisbo que pueda conducir a un verdadero alto al fuego, y a verdaderas negociaciones».
Recuerda asimismo el compromiso con el apoyo humanitario a «la martirizada Ucrania», a la que lleva en su corazón junto con su sufrimiento, y comenta que intentan desarrollar, desde el Vaticano, una red de relaciones que favorezca el acercamiento entre las partes, para encontrar soluciones. Además, reconoce que la Santa Sede hace lo que debe para ayudar a los presos.
«Como confirmamos hace meses, y como lo declaró varias veces el Cardenal Secretario de Estado, Parolin, la Santa Sede está dispuesta a hacer todo lo posible para mediar y poner fin al conflicto en Ucrania», enfatiza Bergoglio.
La reconciliación
«Sí, tengo esperanza. No nos resignemos, la paz es posible», repite el Pontífice sobre la anhelada reconciliación entre Moscú y Kyiv. Pero acota que «todos debemos esforzanos por desmilitarizar los corazones, empezando por el propio, y luego desactivar, desarmar la violencia».
«Todos debemos ser pacifistas. Querer la paz, no sólo una tregua que sólo sirva para rearmarse. La verdadera paz, que es el fruto del diálogo. No se consigue con las armas, porque no vencen el odio y la sed de dominación, que volverán a surgir, quizá de otras maneras, pero volverán a surgir».
La visita a Asti
El Obispo de Roma también se detiene en su viaje del 19 y 20 de noviembre a la ciudad italiana de Asti, en la región del Piamonte, con motivo de los 90 años de su prima. Aludiendo a qué significa para él volver a su tierra de origen «vestido de blanco», como le pregunta el periodista, confiesa:
«Hacía tiempo que quería pasar unas horas con mis parientes en los lugares de mi familia. Antes de ser Papa iba a menudo a la zona de Asti, era una costumbre: cuando llegaba a Roma como provincial de los jesuitas de Argentina, o como arzobispo para asistir a algún sínodo. En todas las ocasiones iba a Piamonte a ver a los primos de mi papá. Somos muy cercanos. Con la prima mayor, Carla, hablamos a menudo por teléfono. Mañana también estaremos con otros cinco primos, y eso me llena de alegría».
En relación con el significado de la región piamontesa para el Pontífice, expresa que «es su lengua», porque cuando tenía 13 meses, su madre tuvo un segundo hijo y sus abuelos vivían a 30 metros de su casa. Entonces, su abuela iba a recogerlo y se quedaba con ellos hablando piamontés. «Se podría decir que me ‘desperté a la vida’ en piamontés», reconoce.
También comparte que, a menudo, repite mentalmente dos poesías de Nino Costa y se emociona.
La bagna cauda es el plato piamontés que más le gusta. En esa zona del Piamonte se prepara en un modo distinto, cuenta Francisco.
«No debemos olvidar que la comida y el vino también tienen un valor cultural y social, además del trabajo. Mi familia cultivaba uvas en Bricco Marmorito (territorio de Portacomaro, provincia de Asti, lugar de nacimiento del padre de Jorge Mario Bergoglio, ndr.) y yo también tenía tíos y un abuelo que eran comerciantes de vino. Conocí a un primo que estaba casado con una prima hermana de mi padre: era tan entendido, que si le dabas una copa de vino sin decirle lo que era, entendía inmediatamente lo que era. Me impresionó mucho esta habilidad suya. Al mismo tiempo, hablando de la comida en general, me gustaría reiterar un «llamamiento».
«¿Cuál?», pregunta el entrevistador, y el Sucesor de Pedro lanza un mensaje contundente:
«Nunca hay que olvidar que hay millones de personas y niños que mueren de hambre. Uno no puede permanecer indiferente. Esto debe ser una prioridad para todos: los que tienen la suerte de tener comida a diario no deben desperdiciarla -y esto también se aplica al agua-, enseñándosela a los niños; y la comunidad internacional está llamada a trabajar para eliminar realmente el hambre en el mundo, que es un escándalo, una vergüenza, además de un crimen».
Crédito de la nota: Vatican News.