La figura de san José ha tenido un puesto relevante en la vida y espiritualidad de san Daniel Comboni, gran misionero y fundador de los institutos de las Misioneras y los Misioneros Combonianos. A través de sus escritos, podemos percibir cómo el esposo de María y padre adoptivo de Jesús fue siempre un referente en su vida y en su obra misionera. A él acudió siempre para confiarle, no sólo las necesidades materiales de su vicariato, sino sus preocupaciones y dificultades.
Es muy probable que la devoción de Comboni por san José comenzara en su infancia, viendo en su propio padre, Luigi Comboni, un reflejo del esposo de María. Comboni nació en el seno de una familia humilde de campesinos en Limone sul Garda, un pequeño pueblo a orillas del lago de Garda, al norte de Italia. Fue el único hijo sobreviviente de un total de ocho que tuvieron sus padres. Las dificultades económicas y los esfuerzos de su padre por sacar a la familia adelante dejaron sin duda una huella profunda en el que sería después el gran evangelizador de África Central.
Ahí descubre unas imágenes que don Mazza había colocado en la capilla dedicada a san Carlos con la intención de infundir en sus alumnos la devoción por la Sagrada Familia. Junto a una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y otra del Corazón Inmaculado de María, se encontraba la imagen de san José. Estas tres imágenes debieron quedar grabadas en su memoria, porque en muchas de las numerosas cartas que Comboni escribió a lo largo de su vida hizo referencia a san José y a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Cuando el 8 de diciembre de 1870 el papa Pío IX proclama a san José como Patrón de la Iglesia universal, Comboni ve reforzada su devoción por este santo y comienza a venerarlo también como «protector de la Iglesia católica y de la Nigrizia». Esto se puede ver claramente en una carta dirigida al padre Sembianti, el rector de sus seminarios en Verona, en la que hace referencia a dos pequeños opúsculos sobre el Sagrado Corazón y sobre san José, que quiere recomendar a todos sus misioneros y misioneras. En dicha carta afirma: «desearía que cada misionero y cada hermana de África Central tuviera estos dos estupendos libros y se familiarizara bien con ellos para conocer bien las riquezas del Corazón de Jesucristo y la poesía de las grandezas de san José. Estos dos tesoros, unidos a la fervorosa devoción a la gran Madre de Dios e inmaculada esposa del gran Patrón de la Iglesia universal y de la Nigrizia, son un talismán seguro para quien, ocupado en los intereses de las almas en África Central, ha de relacionarse con gente de ambos sexos en estos países, pues dan el coraje y encienden la caridad de tratarlas familiarmente y con desenvoltura para convertirlas a Cristo y a la Virgen».
Por otra parte, la devoción de Comboni por san José siempre va unida a la de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Su fe y confianza en lo que él llama la «triada santísima» o «los tres objetos de nuestro amor», serán el principal sustento espiritual en el que se apoyará en todo momento. Así lo expresaba, por ejemplo, en otra carta al padre Sembianti: «Al niño Jesús (que nunca se hace viejo), a su madre, la Reina de la Nigrizia, y a mi querido ecónomo san José (que no muere nunca, ni jamás da en quiebra, sino que sabe administrar bien y con mucho juicio, y es un perfecto cumplidor), a estos tres queridos objetos de nuestro amor les voy a hacer una novena, para obtener la gracia de que antes de la fiesta de los desposorios de la Santísima Virgen, o para ese santo día, el querido padre Sembianti esté instalado en su importante cargo de rector de los Institutos Africanos de Verana. San José, que es el paradigma del hombre bueno, nunca me ha negado ninguna gracia temporal; pero unido a Jesús y María, forma una tríada santísima que sin duda habrá de conceder esta gracia espiritual que pido».
San José y la Providencia
En esta carta se puede percibir también otra de las características de la devoción de Comboni hacia san José, a quien considera como «su ecónomo» y al que no duda en acudir particularmente en lo que concierne las inmensas necesidades económicas de su obra. Debido a su origen humilde y a la formación recibida en el Instituto Mazza, Comboni tuvo siempre claro que estaba en manos de la Providencia divina. Incluso en los momentos de mayor dificultad, no dejó de ponerse en manos de la que él define como «fuente de caridad para los desdichados y protectora siempre de la inocencia y la justicia».
En una carta dirigida al cardenal Juan Simeoni, entonces prefecto de la Congregación para la Propagación de la Fe, se expresaba en estos términos: «Pero como siempre se debe confiar únicamente en Dios y en su gracia, pues quien confía en sí mismo, confía (con perdón) en el mayor asno de este mundo, y considerando que las obras de Dios nacen siempre al pie del Calvario y que deben ser marcadas con el adorable sello de la cruz, he pensado abandonarme en brazos de la divina Providencia, que es fuente de caridad para los desdichados y protectora siempre de la inocencia y la justicia».
Este convencimiento de que la Providencia nunca le abandona, unida a su devoción por san José, hacen que desde el principio de su misión haya declarado a san José como el ecónomo de su obra, no dudando nunca de él. Así de claro lo expresa al cardenal Alejandro Franchi en 1876: «¿Cómo se podrá dudar jamás de la Providencia divina, ni del solícito ecónomo san José, que en sólo ocho años y medio, y en tiempos tan calamitosos y difíciles, me ha mandado más de un millón de francos para fundar y poner en marcha la obra de la redención de la Nigrizia en Verona, en Egipto y en el África interior? Los medios económicos y materiales para sostener la misión son la última de mis preocupaciones. Basta con rogar».
Y en otra carta dirigida a monseñor Jerónimo Verzieri, obispo de Brecia, dice: «Le aseguro, monseñor, que el banco de san José es más sólido que todos los bancos de Rothschild. De este modo, sin encontrarme con un sólo céntimo de deuda, este estupendo ecónomo mantiene para la Nigrizia dos casas en Verona, dos en El Cairo, dos en Jartum y dos en El-Obeid, la capital del Kordofán, que tiene más de cien mil habitantes, y donde por primera vez se celebró misa y se adoró a Jesucristo en 1872».
De estas cartas y de otras muchas, se desprende también la familiaridad con la que Comboni se dirige a san José, una familiaridad que no quita un ápice la devoción y el respeto que siente por su santo protector, pero que es también muestra de la gran confianza que tiene puesta en él. Así hablaba de él en otra de sus cartas: «Además he llamado al orden a mi ecónomo san José, y amenazándolo con dirigirme a su mujer si él no me hace caso, le he exigido que en el plazo de un año, a contar desde el pasado 12 de mayo, equilibre mi presupuesto; pero no al estilo de Lanza, Sella y Minghetti, o del actual ministro de economía italiano, Semits Doda; sino el verdadero equilibrio presupuestario; de lo contrario voy a su mujer».
Particularmente, es en los momentos de carestía y dificultad que Comboni muestra su mayor confianza en san José. Durante la hambruna que padeció Sudán en 1878, Daniel Comboni escribe al cardenal Juan Simeoni contándole lo caro que está todo, en particular el pan y el agua, y cómo confía en que san José le ayudará a salir adelante: «En las barbas de san José hay miles y millones; y yo lo tengo tan atosigado y he hecho someterlo a tal acoso de oraciones, que estoy segurísimo de que la crítica situación actual de África Central se trocará dentro de no mucho en prosperidad. El tiempo y las desdichas pasan, nosotros nos hacemos viejos; pero san José es siempre joven, tiene siempre buen corazón e intención recta, y ama siempre a su Jesús y los intereses de su gloria. Y la conversión de África Central representa un interés grande y permanente para la gloria de Jesús».
Aquí se ve otro aspecto de la devoción de Comboni hacia san José. Según él, José «ama siempre a su Jesús y los intereses de su gloria». José es ese padre que siente que su hijo es parte de él, los intereses y deseos de su hijo se convierten en sus propios intereses y deseos; y si Jesús quiere la conversión de África Central, san José hará todo lo posible porque ese deseo se cumpla. No es una paternidad física, pero sí espiritual y de corazón. El amor de José por su hijo Jesús se convierte en un amor paternal de José hacia toda la humanidad, por la que Jesús dio su vida en un acto supremo de amor. Así lo ve y así lo vive Comboni.
Fiel hasta el final
Pero, ¿de dónde puede venirle a Comboni esta devoción tan marcada por san José? iES sólo una pía devoción espiritual que nació con aquella imagen en la capilla del instituto de Don Mazza o hay otra razón? Si nos fijamos en la personalidad de Comboni, en su carácter, en su frenética actividad en los pocos años que tuvo de vida, sus viajes, sus cartas, o en su obsesión por la conversión de África, diríamos con razón que poco tiene en común con el esposo de María, un hombre sencillo, humilde, del que apenas se habla en los Evangelios. Tiene que haber algo más en san José que llamó la atención de Comboni: ese algo es, posiblemente, su humildad y su fidelidad a Dios.
José no fue un gran personaje en la aldea de Nazaret, no tuvo ningún rango importante en la sociedad judía de entonces; no fue profeta ni sacerdote, no destacó en nada; fue un simple carpintero que aceptó con fe el proyecto que Dios le propuso, y lo hizo de manera humilde y sencilla, desde el silencio y la discreción, pero con una fidelidad absoluta y una enorme confianza en Dios. ¿Cómo si no hubiera podido acoger en su casa a María cuando ya estaba encinta por obra del Espíritu Santo? Visto de esta manera, podemos afirmar que las figuras de san José y Comboni se asemejan; en la fidelidad a ese proyecto de Dios para sus vidas, una fidelidad que va más allá de los miedos, de las posibles críticas, de cualquier dificultad. Una confianza que va hasta el final. Comboni aceptó la misión que Dios le había encomendado y nunca dudó de ella, ni siquiera en los peores momentos de dificultad o de incomprensión. Fue siempre adelante. Es más, fue en esos momentos de dificultad cuando se encomendó de manera particular a san José.
San José, modelo en la vocación del hermano misionero
No podemos dejar de hacer una referencia a san José como modelo en la vocación del hermano misionero. Comboni quiso tener entre sus misioneros a hombres consagrados que, sin ser sacerdotes, realizaran tareas tan importantes como la construcción, la agricultura, la medicina, etcétera. De hecho, en sus escritos y en las reglas de su Instituto, se contempla esta figura de misionero. En una carta dirigida al padre Amoldo Janssen, fundador de los Misioneros del Verbo Divino, Comboni llega incluso a admitir que los hermanos tienen más relevancia en el apostolado que los propios sacerdotes: «En África Central los hermanos artesanos bien preparados contribuyen a nuestro apostolado en mayor medida que los sacerdotes a la conversión, porque los alumnos negros y los neófitos (la mayor parte de los cuales, ya sea para aprender el oficio o para trabajar, han de permanecer un espacio de tiempo bastante largo con los «maestros» y los «expertos», quienes, con las palabras y con el ejemplo son verdaderos apóstoles para sus alumnos) están con los hermanos laicos, y los observan y escuchan más de lo que
pueden observar y escuchar a los sacerdotes».
La labor de los hermanos en la misión, centrada en el trabajo material y profesional, es fundamental para el éxito de la evangelización. Su presencia es más discreta que la del sacerdote, pero no menos eficaz. Quizás por eso y por ser el santo un carpintero, un hombre de trabajos prácticos, san José ha sido siempre un modelo para los hermanos, que ven en él un ejemplo de humildad, servicio y fidelidad.
Hoy en día, seminarios, escuelas, hospitales, centros de formación, parroquias, y un sinfín de centros asistenciales que la Iglesia católica tiene por todo el mundo, llevan el nombre de san José, patrón de la Iglesia universal y padre y protector de toda la humanidad. La decisión del papa Francisco de dedicarle este año es una magnífica oportunidad que se nos presenta a los cristianos -y en particular a los misioneros para que descubramos la profundidad y la importancia de este hombre que, de manera humilde y fiel cambió el curso de nuestra historia.
P. Ismael Piñón, mccj
Esquila Misional, marzo 2021