Proceden de tres continentes diferentes: Asia, África y América. Estudian teología en el escolasticado de Granada, España. Esto es lo que contaron sobre los motivos para ser misioneros.
Un salvavidas en un mar agitado
Mi nombre es Tran Minh Thong, aunque mi nombre de pila es Peter. Nací en Vietnam el día de Todos los Santos en 1993. Era el menor de seis hermanos. Como todas las familias, la mía tenía sus heridas y, en el contexto cultural vietnamita, al ser el menor, no tenía voz ni voto en las decisiones que tomaba mi familia.
Cuando empecé el instituto, mis amigos y yo nos volvimos adictos a los juegos de azar. Gastaba dinero, perdía el tiempo, descuidaba mi salud y me perdía en el mundo virtual. En aquellos años no me importaba mi futuro, solo pensaba en pasarla bien y estar en internet. Mi vida no tenía sentido ni motivación. Sin embargo, sentía una energía extraña, como una voz que susurraba en mi interior. Empecé a participar en el movimiento carismático. Por primera vez, experimenté que Dios está vivo y cerca de mí.
Un día, rezando en un rincón de mi habitación, le dije: «Quiero ofrecer mi vida por la miisión en África». No fue casualidad que conociera a un misionero comboniano y, a medida que leía los testimonios misioneros que me enviaba, mi amor por la misión fue creciendo. Finalmente, entré con los Misioneros Combonianos en Saigón, Vietnam, donde comenzó mi segunda vida. Fue como encontrar un salvavidas en un mar agitado. Tenía sed de una vida ordenada, sana y valiente porque era consciente de que había tirado mucho tiempo por la ventana y tenía que recuperar lo perdido. Después de varios años de formación en Filipinas, hice mi primera profesión religiosa y consagre mi vida al Señor para la misión.
Llegué a España hace unos meses, tras ser destinado a la comunidad de Granada para continuar mi formación. Estoy descubriendo este país, su historia, su clima, su comida y, sobre todo, su gente. El primer reto que tengo que superar es el idioma, que no es fácil para nosotros los asiáticos. Otro reto es vivir en una comunidad internacional con tanto que ofrecer, pero en la que a veces me encuentro perdido por ser el único asiático.
Sé que es parte de la vida misionera y que lo lograré en algún momento. Vivimos en un mundo que rechaza la presencia de Dios, pero en el que todavía hay personas que lo buscan. Creo que el Espíritu Santo está trabajando constantemente en el mundo y en la Iglesia.
«Si quieres, habla con Él»
Soy Emmanuel Alejandro Majia Sánchez, tengo 31 años y soy originario de Magdalena, en el estado mexicano de Jalisco. Conozco desde siempre a los Misioneros Combonianos porque cada mes realizan actividades de animación misionera en mi parroquia, especialmente acompañando a las Damas Combonianas.
A pesar de su avanzada edad, la mayoría de ellas siguen apoyando y dando lo mejor de sí por ellos y las misiones. Mi madre no pertenecía a este grupo, pero siempre colaboró con las campañas anuales. Después de su fallecimiento hace 21 años, mi familia mantuvo ese compromiso. La coordinadora de las Damas Combonianas, María de Jesús Altamiro, fue una persona clave en mi decisión de entrar al instituto comboniano.
En 2014 entré en el seminario diocesano de Guadalajara, pero lo dejé al año siguiente. De regreso a casa, mi párroco me pidió que le ayudara como sacristán durante unas semanas mientras encontraba trabajo, pero lo que debían ser unos días se convirtieron en cuatro años.
Cada vez que me veía en la parroquia, María de Jesús me hacía una pregunta que me incomodaba: «¿Vas a pasarte la vida limpiando el templo?».
Un día me dijo: «El próximo viernes viene el padre comboniano. Si quieres, habla con él».
Aunque le respondí que no quería saber nada de seminarios, hablé con el misionero, quien me dio la biografía de San Daniel Comboni. La leí y me impresionó su tenacidad; el 18 de agosto de 2018 comencé mi formación comboniana.
El 13 de mayo de 2023 hice mis primeros votos y fui enviado a Granada para estudiar teología. Llegué a España el 5 de octubre, cuando ya había empezado el curso en la Facultad de Teología de Granada, así que solo me quedó deshacer las maletas y empezar las clases. La primera semana conocí mi labor apostólico en la asociación Calor y Café, donde se ayuda a migrantes en situación irregular. Después de todo el camino recorrido, mezcla de dolor y alegría, noches de insomnio y madrugadas, lágrimas y sonrisas, puedo decir que la vida misionera merece la pena.
Buscando la voluntad de Dios
Me llamo Justin Assey Yao. Nací en 1997 en Grand-Popo (Benín). Soy el cuarto de una familia de cinco hijos que crecieron en un ambiente familiar sencillo, creyente y pacífico. De niño, dejé mi pueblo para ir con mi tía a Gonzagueville, en Costa de Marfil. Allí completé mis estudios primarios.
En 2009 recibí el bautismo y la primera comunión. Ese mismo año volví a mi país, en Cotonú, para continuar mis estudios secundarios.
Mi vocación misionera nació en el contexto ordinario de mi vida. Al final del quinto año de catequesis de confirmación, nuestra catequista nos preguntó cómo serviríamos a la Iglesia después de recibir el sacramento. La pregunta despertó en mí la llama del Señor.
Posteriormente me uní al grupo de monaguillos de mi parroquia, lo que fortaleció mi vida de fe y vocación. Cuando tuve la oportunidad de conocer la vida misionera de Comboni me cautivó su celo misionero, su amor a Cristo y su carisma de evangelizar África a pesar de las dificultades y la precariedad de los recursos. Decidí ser misionero comboniano el día en que fue ordenado en mi parroquia el padre comboniano Leopoldo Adanle. Me puse en contacto con el promotor vocacional y entré al postulantado en 2016.
En esta primera etapa de formación no faltaron las dificultades, que fui resolviendo con la oración, el consejo de los formadores y el apoyo de mis hermanos de comunidad.
El 8 de mayo de 2021 hice mi primera profesión religiosa y ya hace tres años que estoy en Granada, España completando mis estudios de teología.
Ser jóvenes misioneros
Como misioneros estamos llamados a estudiar, observar, dialogar y comprender la cultura y el modus vivendi del lugar en el que nos encontramos para integrarnos y anunciar mejor a Cristo. En un mundo donde el mensaje de la cruz y el espíritu de sacrificio propuesto por Jesús parecen entrar en conflicto con la búsqueda del bienestar individual y material, debemos dar testimonio de Cristo, por eso vale la pena ser misioneros hoy. A lo largo de nuestra vida, debemos seguir buscando la voluntad de Dios, cuyo amor por nosotros es permanente, incluso en medio de nuestro desierto y nuestra humanidad vulnerable.
Crédito de la nota: Misioneros Combonianos Reino Unido