Desde el estallido de la guerra civil en 1975 hasta hoy, Líbano, pequeño país de Oriente Medio, nunca ha conocido la paz y la estabilidad. La población, incluida la cristiana, ha resistido y sigue resistiendo. Pero desde el 7 de octubre y el comienzo de la guerra en Gaza e Israel, dado el conflicto con Hezbolá, que tiene en sus manos el destino del país y decide sobre la guerra y la paz, la situación se ha vuelto infernal, no sólo en la región del sur, cerca de la frontera con Israel, sino en todo Líbano, con una parálisis económica y política que amenaza con poner en peligro la identidad misma del país.
Líbano lleva casi dos años sin presidente, un cargo institucional que en el sistema libanés pertenece a los cristianos y representa un símbolo de convivencia y respeto a la pluralidad. El gobierno también ha dimitido, los ministerios sólo se ocupan de los asuntos corrientes en un momento en que el país necesita más que nunca decisiones para su futuro, su identidad y su estabilidad.
Los intereses políticos regionales e internacionales complican la causa libanesa y dejan a la población sumida en la incertidumbre y la angustia. Los jóvenes, tanto musulmanes como cristianos, se apresuran a abandonar Líbano para buscar refugio y un futuro mejor en el extranjero. Los padres, que a menudo carecen de medios económicos propios debido a la crisis financiera y bancaria que asoló el país hace casi cinco años, esperan la ayuda y la solidaridad de sus hijos o de organizaciones benéficas y ONG’s para comprar medicinas y cubrir las necesidades básicas para la supervivencia.
A pesar de los intentos, la diplomacia vaticana no ha conseguido convencer a los líderes de los partidos políticos cristianos para que se pongan de acuerdo sobre un candidato presidencial y pongan fin al caos actual. Las distintas iglesias trabajan a través de sus asociaciones sociales y caritativas para apoyar a la población. Pero, lo que les falta sobre todo a los libaneses es un signo de esperanza que anuncie el fin de la corrupción, la violencia, la guerra y la inestabilidad. Mientras tanto, los que no han podido salir de la crisis financiera luchan por sobrevivir, y los que han conseguido regularizar su situación financiera y adaptarse a la dolarización aprovechan para buscar algo de tranquilidad y aire fresco en la montaña.
El verano es una buena época para los reencuentros entre las familias desgarradas por la emigración, pero este año, hasta esta bonita costumbre se ha visto alterada. Los que habían venido al pais desde lejos para sostener a sus familias y pasar las vacaciones con ellas han tenido que marcharse precipitadamente debido a la situación y los llamamientos de los países occidentales para que abandonen Líbano, que corre el peligro de convertirse en un escenario de guerra. Otros se han llevado a sus familias al extranjero para dar a sus seres queridos un momento de descanso y respiro. Pero en general reina la angustia y, la incertidumbre parece haberse coronado como reina de la situación.
El miedo se percibe por todas partes y en todas las personas. Los padres con hijos pequeños y los jóvenes están angustiados por las tasas escolares y universitarias, el coste desorbitado de los seguros médicos y los medicamentos, el coste de la vida, la guerra, la destrucción, lo desconocido. Pese a todo ello, el pasado 2 de agosto, con la beatificación del Patriarca Douaïhy, se vivió un momento de oración, esperanza y serenidad.
Que los santos libaneses y Nuestra Señora del Líbano velen por este país en estos momentos de extrema dificultad.
P. Gabriel Hachem, teólogo en la Universidad Saint-Esprit de Kaslik en Jounieh, Líbano y miembro de la Comisión Teológica Internacional
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