Etiopía: daños de una guerra olvidada

Etiopía: daños de una guerra olvidada

En más de dos años de conflicto en la región, el Hospital General de Kidane Mehret, dirigido por las hermanas salesianas con el apoyo del gobierno, es el único que ha permanecido indemne. En la frontera con Eritrea, en Adwa, en este Hospital se ayuda a las madres jóvenes y se curan las heridas de las mujeres maltratadas.

Vidas quemadas porque valen menos que el polvo. Ocurre en Etiopía, país que requiere nuestra atención, dado que la guerra en Tigré (1.2 millones de muertos, aunque las estimaciones «oficiales» hablan de medio millón), declarada terminada –en efecto, no hay disparos ni más combates en las calles–, ha generado un reguero de daños tal, que la situación es de caos total y se teme una reanudación del conflicto.

Fábricas, casas, hospitales y carreteras destruidas. Son las ruinas de una «guerra olvidada» que paralizó a una nación despojándola de energía, dinero, alimentos, trabajo y medios de subsistencia vitales. Incluso, los que sobrevivieron no saben a dónde ir. El país no atrae a los inversores, por lo que sigue de rodillas. Para reabastecerse se corre el riesgo de hacer cola por la noche, si todo va bien. Como se ha encarecido demasiado, el gobierno federal impulsa una transición completa hacia las energías verdes, pero la paradoja es que la propia electricidad ha subido de precio en 4 mil por ciento. El futuro es una gran incógnita, incluso para quienes han intentado milagrosamente hacer frente a unos costos que se han vuelto gigantescos.

Algunos centros se equipan con paneles solares, confiando en la Providencia. Este es el riesgo que vale la pena correr para los centros sanitarios, cuyo cese perturbaría un sistema de asistencia que, aunque precario, es indispensable. No sólo para los lugareños, sino también para los refugiados eritreos y amhara que han ocupado las fértiles tierras. Aquí, la gente acampa bajo tiendas de plástico de Unicef, privada de todo. El Hospital General de Kidane Mehret, en Adwa, donde habitan 70 mil personas en la frontera con Eritrea, es el único centro médico, considerado de excelencia, que ha permanecido incólume a los bombardeos y robos y, en 25 meses de guerra, ha ayudado a no menos de 500 mil personas. Apoyado por el gobierno regional, consigue acceder a los escasos recursos disponibles, incluidos los medicamentos, con ayuda también del Banco Farmacéutico de Turín. Sobre todo, está desarrollado el departamento de neonatología, donde se ayuda a las nuevas madres a complementar su leche, gracias a un proyecto agrícola que la suministra. De hecho, las mujeres están exhaustas, literalmente agotadas.

La falta de alimentos mata de hambre a todos: jóvenes, viejos, ricos, pobres. «Antes eran las balas las que mataban y algunos conseguían escapar. El hambre no, no se consigue escapar, arrasa con todo, es un desastre», dice la hermana Laura Girotto, misionera salesiana en Tigré desde hace más de 30 años y responsable del hospital. 

Su mirada lúcida está llena de esperanza, en la certeza de que el proyecto llevado a cabo en esta región atormentada «es seguido por el Señor porque está hecho para los más pobres». Cientos de mujeres víctimas de abusos sexuales llegan al hospital; se intenta recuperarlas físicamente mediante cirugía. La violencia sexual siempre ha existido, pero se intensificó durante la guerra. Los relatos de atrocidades indescriptibles contra civiles, incluso la castración de los varones, están a la orden del día. Historias de mujeres, casadas o no, violadas repetidamente, con una violencia sin precedentes, incluso delante de sus hijos.

«Nacer mujer en Etiopía es una de las mayores desgracias que le pueden ocurrir a una criatura», confiesan varias trabajadoras de Tigré. Como madres, se logra tener cierto estatus social porque se les considera productivas, pero como esposas, hermanas o hijas, no valen nada, sólo son una herramienta de trabajo, hasta el punto de que ya a los tres años las menores pueden empezar a ayudar a la familia. El fenómeno de las esposas siendo niñas está muy extendido y el trabajo de los misioneros en las escuelas tiende, en este ámbito, a salvaguardar la cohesión entre hermanos y hermanas para promover un futuro no demasiado discriminatorio para las mujeres.

Es precisamente al destino de los más pequeños al que la misión dirige, no sin inquietud, la mayor parte de sus esfuerzos. Aunque las actividades escolares se han reanudado con entusiasmo, no hay libros de texto ni material de papelería. Cada centímetro de papel se utiliza, sin ningún desperdicio. Cuando ya no se necesita para escribir, se prensa para hacer almohadillas que se dan a la gente para cocinar. Durante la guerra, el gobierno envió a combatir a niños y niñas. De las aulas de Adwa, mil 700 alumnos, 715 se fueron y poco más de 300 regresaron. Se desvanecieron en el aire, sin voz, sin cuerpo.

Crédito de la nota: Vatican News