El viaje y la oración de León XIV entre las heridas de la Iglesia y del mundo

El viaje y la oración de León XIV entre las heridas de la Iglesia y del mundo

En su primer viaje apostólico como Sucesor de Pedro, el Papa León XIV se adentra en la maraña de conflictos, derramamiento de sangre inocente y odios destinados a transmitirse de generación en generación. Un vórtice cuyo epicentro se encuentra, una vez más, en Tierra Santa, la tierra de Jesús. Apenas hace unos días, un ataque aéreo de la aviación militar israelí alcanzó Beirut, una etapa crucial de la visita papal al Líbano.

Existe una gran expectación sobre lo que el Obispo de Roma, elegido el pasado mes de mayo, podrá decir y hacer en su primer viaje apostólico. Qué palabras desarmadas y desarmantes, qué gestos de paz y sanación podrá sembrar entre las heridas de este tiempo, del Medio Oriente, de la Iglesia y del mundo.

Los rasgos que caracterizan el magisterio del Papa Prevost, su nuevo modo de ejercer el ministerio al que ha sido llamado, presagian que en los próximos días no habrá palabras efectistas, protagonismos geopolíticos ni recetas mágicas que pretendan deshacer por arte de magia los nudos de rencor que atrapan y agobian la vida de pueblos enteros. Ninguna pose mesiánica. Ninguna promesa en proyectos abstractos.

«Hay que desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado», dijo Prevost en su primera homilía como Pontífice. Y ese criterio puede inspirar al Obispo de Roma incluso cuando es llamado a dar razón de la esperanza cristiana frente a los procesos históricos y las convulsiones que atraviesan el mundo y la vida de los pueblos.

Poco antes de partir, León XIV ha ofrecido una pista valiosa para captar también la «clave» que puede ayudar a comprender el horizonte y la dimensión de su primer viaje apostólico, que inicia en la tierra donde por primera vez los amigos de Jesús fueron llamados cristianos. Y lo ha hecho a través de la Carta Apostólica «In unitate fidei», un texto magisterial publicado de manera explícita -y poco habitual- con motivo de un viaje papal.

Con el documento, escrito con ocasión del 1700° aniversario del Concilio de Nicea (una efeméride central en su viaje a Turquía), el Papa León expresa su deseo de «alentar en toda la Iglesia un renovado impulso en la profesión de la fe, cuya verdad, que desde hace siglos constituye el patrimonio compartido entre los cristianos, merece ser confesada y profundizada de manera siempre nueva y actual» (§1).

En la Carta Apostólica, el Sucesor de Pedro repite que «los cristianos están llamados a caminar concordes, custodiando y transmitiendo con amor y con alegría el don recibido» (§1). Recuerda que el bautismo común y la profesión de fe proclamada en el Concilio de Nicea aún unen a todos los cristianos, pese a sus divisiones.

Señala que, comparado con el presente, «los tiempos del Concilio de Nicea no eran menos turbulentos. Cuando comenzó, en el 325, aún estaban abiertas las heridas de las persecuciones contra los cristianos», a las que se añadieron «disputas y conflictos» relacionados con las doctrinas de Arrio, presbítero de Alejandría, según quien «Jesús no es verdaderamente Hijo de Dios, sino un ser intermedio entre el Dios inalcanzablemente lejano y nosotros» (§3).

En «In unitate fidei», el Papa recuerda que durante la crisis arriana la fe de los apóstoles fue preservada principalmente por el Sensus Fidei del pueblo de Dios. Cita la experiencia de San Hilario de Poitiers, quien reconoció «la ortodoxia de los laicos frente al arrianismo de muchos obispos, escribiendo que ‘los oídos del pueblo son más santos que los corazones de los sacerdotes’».

Así, haciendo referencia a los rasgos «elementales» del bautismo común y la profesión de fe compartida en Cristo, Verbo encarnado, Dios hecho hombre, el Papa León sugiere también el horizonte de su misión y de la Iglesia, en Medio Oriente y en todo el mundo, en estos tiempos difíciles.

Al ir a Turquía y Líbano, y hacer escala en el lugar donde se encontraba la antigua Nicea, siguiendo la intuición profética del Papa Francisco, León XIV propone a todos un «retorno a las fuentes» de la unidad cristiana. Reitera que solo confesando juntos la fe común definida en Nicea y ofreciendo al mundo el don recibido del bautismo, los cristianos pueden reencontrar el camino de la unidad, pidiendo perdón por las divisiones.

No se necesitan estrategias de ingeniería eclesial ni proyectos de hegemonía cultural. Incluso hoy, depender de lógicas mundanas divide a los cristianos, como lo evidencian las fracturas recientes que han separado a los hermanos de las Iglesias ortodoxas, también implicadas en guerras fratricidas.

Solo apoyándose en el umbral de la confesión común de la fe bautismal, proclamada en Nicea, el Obispo de Roma y todos los bautizados pueden ofrecer a todos caminos de unidad. Caminos que, para creyentes y no creyentes, recuperan la fraternidad promovida por el magisterio del Papa Francisco, justo en el corazón de lo que él llamó la «tercera guerra mundial a pedazos». Solo acudiendo a las fuentes de la gracia bautismal, la Iglesia puede mostrarse al mundo como signo y sacramento de unidad para toda la humanidad, tal como enseñó el Concilio Vaticano II.

Crédito de la nota: Agencia Fides.