La misionera Julia Gómez trabaja en Túnez, donde tras los confinamientos pasados, ya ha podido volver a la «normalidad». Ahí la Iglesia es una minoría, pero como dice esta Hija de la Caridad, forma una Iglesia viva. Escribiendo a las Obras Misionales Pontificias dice, haciendo referencia a todos los que trabajan en la retaguardia de la misión que «para mí son tan importantes como nosotros».
«Sigo en Túnez, a mis años, como voluntaria en el INPE (Instituto Nacional de Protección Infantil) que depende del Estado tunecino. Los niños acogidos tienen situaciones difíciles, la mayor parte hijos de madres solteras y en buen número discapacitados. Su edad es de 0 a 7 años. En gran número son colocados en familias de acogida y otros en adopción, siempre que estén bien de salud».
«Es verdad que no les falta nada de lo material, tienen carencia de afecto, importante para el desarrollo de su personalidad. Por eso, el voluntariado aquí en este caso concreto, es de tanto valor. Para ello se fundó una asociación tunecina compuesta de señoras del país y extranjeras casadas con tunecinos y a la que pertenezco con todas las voluntarias misioneras y laicas.
Un buen número somos extranjeras. Aunque no siempre ocurre, hay casos en que las mamás recuperan a sus hijos cuando encuentran un trabajo estable o la familia acepta al niño, o se casan los padres. Durante el confinamiento desgraciadamente no todas hemos podido ir, para evitar contagios y se ha notado, pues las empleadas no son muchas y no llegan a todo lo que quisieran».
«A grosso modo ya he contado en donde me muevo y en medio de quién. Yo lo llamo mi coral pues cuando llego por las mañanas me reciben unos días con sonrisas y, otros, con llanto porque va llegando la hora del biberón».
«Por supuesto que la oración nos viene siempre bien, para que seamos buenos testigos del amor de Cristo también en estos países, donde nuestra evangelización es esa, a través del amor. Aquí también estáis presentes en mi oración».
Crédito de la nota: Agencia Fides.