El sacerdote misionero Paul Schneider escribe desde su misión en Lagarba, Etiopía, en esta ocasión para hablar de cómo se impulsan los pequeños negocios de mujeres que tanto pueden ayudar a las familias a salir adelante. Y todo ello en medio de la bendición de la lluvia.
En mi querido valle de Lagarba la vida sigue. Este año la temporada de lluvias se ha adelantado, lo cual es inusual, pero favorece mucho a todo tipo de cultivos, por eso hicimos la siembra mayor en marzo. Desde mediados de ese mes hasta hoy el cielo nos ha bendecido con agua casi todas las semanas, y hasta varios días por semana.
En muchos campos los tallos de sorgo y maíz ya están crecidos, y también las pequeñas plantaciones de café de los agricultores están dando sus preciados frutos. Algunas regiones del país están afectadas por disturbios y matanzas, pero esta parte del país y las ciudades de Adís Abeba, Harar y Dire Dawa, a las que voy con cierta frecuencia, están en paz.
En un par de meses empezaré mi séptimo año al frente de esta misión católica de Lagarba, y ha llegado el momento de que preste atención a una necesidad social concreta: ayudar a mujeres de mi zona a iniciar pequeños negocios, de venta de alimentos básicos y artículos para el hogar. Tal es el caso de Marishet Zenebe, una joven que vive con sus padres y está tratando de ahorrar dinero y tal vez comprarse una casa propia en el futuro. O el de Zinash Meliyon, que trabaja en una tienda que abrió con sus hermanos y su cuñada Madanit, y desea potenciar el negocio familiar con otros productos propios y un espacio más amplio y adecuado.
Ambas, Zinash y Marishet, necesitan y agradecen enormemente la ayuda de los que contribuyen económicamente a mi misión, porque de lo contrario no podrían tener una tienda propiamente dicha, separada de la casa familiar. En muchas sociedades pobres y en desarrollo, la falta de espacios interiores puede ser un obstáculo mayor para las iniciativas comerciales y las soluciones de logística básica y almacenamiento, así como de buen servicio al cliente.
Por lo cual estoy ayudando -una vez más, con construcciones sencillas de tejado de láminas de aluminio- a estas jóvenes a tener una tienda exenta de la vivienda. Cada una de las 40 láminas para el tejado de estas tiendas cuesta 480 birr (unos 8 euros o 145 pesos mexicanos), y además tendré que prestarles ayuda extra para la factura e instalación de puertas, ventanas, y estanterías como Dios manda, entre otras cosas.
Madanit y su marido Danye son una familia joven a la que quiero mucho. Madanit, con la ayuda de sus cuñados Habtamu, Zinash y Abush, llevan una tienda que les ayudé a montar, de la que ya les hablé en un mensaje el año pasado. Todos estamos orgullosos por este negocio, pues es un éxito, y facilita la vida y ahorra tiempo a todas las familias de las zonas de alrededor: Gobenti, Odaa Jaro, Isako y Jille. Cuando no existía esta tienda, la gente tenía que ir más de una hora andando hasta el pueblo de Kirara para comprar los productos básicos como pasta, arroz, harina, sal, azúcar, aceite, galletas, caramelos y jabón. Ahora, cientos de familias los tienen a mano.
Viendo a mujeres jóvenes como Marishet, Madanit y Zinash, que luchan por mejorar sus vidas, me apasiono con ellas por lo que les está ayudando a crecer: su negocio, sus pequeñas inversiones, los riesgos inherentes, su fortaleza y constancia en el trabajo, su sentido del ahorro y la unión de la familia para arrimar el hombro. Cada dos días, Habtamu, un hermano de Danye, va a Kirara o a Karra Kurkura para comprar los productos de los mayoristas, y trae la mercancía en burro. Zinash está a cargo de la caja y la contabilidad, y lo lleva escrupulosamente. A Zinash la veo hecha para los negocios, la chica tiene madera de comerciante. Con las razones que adujo vi que era muy sensato y provechoso para el negocio familiar disponer de dos espacios para la venta en vez de uno. Madanit mantiene siempre la tienda abierta donde estaba, y vende bebidas y frutos secos a los labradores que van allí a pasar un rato y recargar fuerzas antes de meterse en las faenas del campo, mientras que Zinash, en la nueva tienda exenta atenderá a los que vienen a hacer una compra rápida y puntual.
Una tienda puede parecer algo normal, algo simple y hasta aburrido, pero no lo es. Requiere riesgo, visión y –en un sentido amplio– hasta fe. Socialmente, la tienda es un punto de encuentro personal con muchos vecinos, y el pequeño empresario se tiene que esmerar para dar buena atención a los clientes, tener calma cuando alguien viene de malas formas, y en general crear buen ambiente. También tiene que ser diligente para que no se agoten las existencias, sus precios sean competitivos, y los productos sean de buena calidad o, al menos, aceptables. Con mis años de experiencia aquí, admiro más a mis amigos que llevan una tienda, o la tuvieron. Pienso en aquellos que tienen farmacias, tiendas de decoración, panaderías, o librerías, entre otras.
Por último, como en este mundo hay ladrones, el propietario al anochecer echa el cerrojo, y se va a casa a descansar, pero con una cierta inquietud por la seguridad de su tienda, un desvelo por proteger la mercancía y riqueza que hay en ella. Ya les hablé de este tema y nuestros percances locales en otro mensaje titulado ‘La noche de los ladrones’.
En fin, todo trabajo es una lucha, y al final una satisfacción. La relación de Caín y Abel (Gén 4, 1-15) acabó en fratricidio, pero el centro de esa historia no es la envidia y el asesinato, sino el trabajo. Abel, prototipo de Cristo, ofrecía a Dios lo mejor de su esfuerzo y de su trabajo, y andaba feliz. Sus sacrificios, dando lo mejor de sus rebaños, le llenaban el corazón de alegría. Dios no espera menos de nosotros. Caín, en cambio, andaba enfurruñado y amargado porque su trabajo y sus sacrificios eran mediocres, hechos con desgana. Cada día admiro más a las personas emprendedoras, competentes, que trabajan con tenacidad, y siento lástima por la gente de carácter indolente, vago y sinvergüenza. ‘Vinagre para los dientes y humo para los ojos: así es el perezoso para quien lo envía (Prov 10, 26)’. Y también, ‘Una mujer hacendosa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas… (Prov 31, 10ss)’.
Muchas veces hemos escuchado aquello de ‘dale un pescado a un hombre, y le habrás dado de comer un día; dale una caña de pescar y enséñale, y le habrás dado de comer para toda la vida’. No se imaginan la alegría que siento ayudando a estas familias, a estas mujeres.
Dios los bendiga. Feliz mes de María. Feliz día de San Juan de Ávila a mis hermanos sacerdotes. Hoy empieza la novena del Espíritu Santo, que vivan con alegría la solemnidad de Pentecostés.
Crédito de la nota: OMPRESS.