Apenas llegó el Papa a la Nunciatura Apostólica, tuvo un encuentro con un grupo de 40 hombres, mujeres, ancianos y niños asistidos y acompañados por las hermanas dominicas, el Servicio Jesuita a Refugiados y la Comunidad de Sant’Egidio. Escuchó sus testimonios, entre ellos el de una familia de refugiados de Sri Lanka y un refugiado rohingya.
El vuelo papal aterrizó este 3 de septiembre en el aeropuerto Soekarno-Hatta de la capital, Yakarta, primera escala de un largo viaje apostólico que le llevará también a peregrinar a Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur hasta el 13. Francisco se dirigió a la Nunciatura Apostólica, en la zona central de la capital. Desde las calles, hombres, mujeres y niños con camisetas blancas ondeaban banderas con los colores de Indonesia y gritaban «Selamat datang», «Bienvenido», al paso del coche papal.
Apenas llegó a la Nunciatura, fue recibido por un grupo de 40 personas: huérfanos, ancianos, pobres y refugiados, con ellos el Nuncio Piero Pioppo y acompañados por quienes les asisten a diario y tratan de satisfacer sus necesidades: las monjas dominicas, el Servicio Jesuita a Refugiados y la Comunidad de Sant’Egidio.
La comunidad de Sant’ Egidio está activa en el país asiático desde 1991, gracias a la iniciativa de algunos jóvenes laicos de la diócesis de Padang, y hoy día se encuentra en once ciudades. En esta ocasión, acompaña a 20 personas pobres. Los representantes de Sant’ Egidio que los presentes son «pobres que viven en las calles, recogen la basura y la reciclan. Son familias enteras sin casa y viven en los basureros».
Aquí en Yakarta los llaman «los carreteros» en el idioma local, porque en carretas de madera cargan la basura recogida en los vertederos y a menudo la misma carreta es la única «casa» que tienen, donde viven, comen y duermen. Sant’Egidio les lleva comida y ropa, como hace en todas las ciudades del mundo. Hoy este grupo ha podido estrechar la mano del Papa, quien además escuchó brevemente su historia.
Entre ellos, acompañados también por Sant’Egidio había refugiados de Somalia y una familia de refugiados de Sri Lanka, que habían huido de la persecución contra los tamiles. Habían zarpado hacía meses en un barco con destino a Australia, pero la embarcación zozobró en alta mar. Vivos por milagro, lograron regresar a Indonesia y, como muchos, esperan reunirse con familiares en Australia o incluso Canadá. «Viven en el limbo, en un país que no los rechaza pero que no tiene la legislación ni los medios adecuados para darles asistencia», dicen los representantes de la Comunidad.
Francisco dedicó un momento lleno de ternura para los numerosos niños presentes: tanto los huérfanos recogidos en pueblos y suburbios urbanos, alimentados y educados por las Hermanas Dominicas. Ellos donaron el dibujo del «mundo que me gustaría», la imagen del globo terráqueo sostenido por dos brazos formados por todas las banderas, unidas y juntas en señal de fraternidad.
Por último, el Papa se detuvo a hablar en privado con una mujer de Afganistán y, después, impartió su bendición a todos los presentes, expresando su felicidad por haber comenzado el viaje más largo de su pontificado con este encuentro.
Crédito de la nota: Vatican News