“Ya lo hemos visto y lo hemos dicho cien veces: cuando se toca Jerusalén, se extienden fatalmente la violencia y el dolor, que abruman a todos. El centro del conflicto, como siempre, es la Ciudad Santa: Y como reconoció San Juan Pablo II, hasta que no haya paz en Jerusalén, no habrá paz en el resto del mundo”.
Así lo resaltó el padre Ibrahim Faltas, sacerdote franciscano de la Custodia de Tierra Santa, recordando el misterioso vínculo que une el destino de Jerusalén al de la paz en todo el mundo. Desde el corazón de la Ciudad Vieja, el fraile egipcio sigue con aprensión, marcada por una sombra de resignación, la nueva ola de violencia que se extiende en Tierra Santa y que amenaza con golpear todo Oriente Medio.
El padre Ibrahim siempre ha seguido de cerca las difíciles fases del conflicto israelo-palestino, y en 2002 participó personalmente en el suceso del asedio armado por el ejército israelí a la Basílica de la Natividad de Belén, donde se habían refugiado los milicianos palestinos.
El franciscano, que también estaba presente en la basílica asediada, contribuyó de manera significativa como mediador en las negociaciones que condujeron al fin del asedio sin derramamiento de sangre.
Con su larga experiencia ha aprendido a captar las señales que anuncian nuevas tormentas: “Desde hace un mes suceden las iniciativas y los acontecimientos destinados a aumentar la tensión en torno a Jerusalén. Era previsible que la situación se agravara. Hace tiempo que no se veía la gravedad del conflicto en curso: la violencia y los enfrentamientos no sólo se dan en los Territorios Palestinos, sino también en Jaffa, Ramla, Haifa, Akko. Lod…”.
La escalada del conflicto, marcada por el lanzamiento de cohetes por parte de Hamás sobre territorio israelí y por las represalias militares israelíes contra la Franja de Gaza, puede adquirir un alcance y una evolución imprevisibles.
Pero la raíz, insiste el padre Ibrahim, es fácilmente reconocible, y es siempre la misma: “En estos días tuve en mis manos un libro de 1986, que describía situaciones y hechos que son los mismos que hoy: los enfrentamientos en la Puerta de Damasco, las incursiones militares en la Explanada de las Mezquitas… Se toca el nervio sensible cuando se quiere hacer saltar todo por los aires. Y aquí todo el mundo sabe que la clave de la paz y la guerra es Jerusalén”.
Por eso, añade el sacerdote de la Custodia de Tierra Santa, todo intento auténtico de desatar los nudos del conflicto debe partir del reconocimiento de la naturaleza única e incomparable de la Ciudad Santa. “Jerusalén no es una ciudad como las demás. No está hermanada con ningún otro centro urbano, porque por definición no tiene, no puede tener, ciudades ‘gemelas’. Y nunca puede ser la ciudad de un partido, de un estado, de un grupo religioso.
Todos los intentos de eliminar los factores de su identidad plural a través de la política de hechos consumados, llevados a cabo incluso de forma brutal, la desfiguran, y en cualquier caso están destinados al fracaso.
Jerusalén es la ciudad madre de todas; siempre estará en el corazón de las tres comunidades de fe abrahámicas. Y la única manera de resolver los problemas será tratarlos en la mesa de negociaciones, sin quitar nada, y con la necesaria implicación de la comunidad internacional que no puede seguir ausente y dando la espalda, cada vez que la violencia estalla en Jerusalén y desde allí se extiende por todo el mundo”.
Crédito de la nota: Agencia Fides.