A la raíz de este jubileo -150 años de carisma comboniano al femenino- está el sueño profético de un hombre de Dios, S. Daniel Comboni (1831- 1881). Anticipándose a su tiempo sostuvo firmemente la importancia de la mujer en la actividad misionera, considerándola incluso en algunos contextos más necesaria que la del sacerdote. “Donde hay religiosas la misión es sólida” afirmaba Comboni en tiempos entonces lejanos del reconocimiento de la importancia del “genio femenino” en toda actividad humana, incluida la evangelización.
El primer impacto con África dejó en Comboni una preocupación apremiante. En un momento de profunda contemplación del Corazón traspasado de Cristo en la Cruz, intuyó la idea de un Plan para la regeneración de África. En este Plan traza su metodología esencial: “Salvar África con África”.
Entre los varios elementos proféticos de este Plan, tuvo el coraje de introducir una novedad: “el gran ministerio de la mujer del Evangelio”. “En el apostolado de África Central yo, el primero, hice participar el omnipotente ministerio de la mujer del Evangelio, que es el escudo, la fuerza y la garantía del ministerio del misionero”. (E. 5284)
Después de varios intentos fallidos, el 1 de enero de 1872 funda su propio instituto femenino. Lo llama “Pías Madres de África”, reconociendo así en la mujer su capacidad de dar vida con su indomable coraje, tenacidad, paciencia y espíritu de sacrificio. Quiere mujeres santas y capaces… apasionadas de Dios y de la humanidad. Capaces de hacer causa común con los pobres abandonados.
Daniel Comboni habló siempre con estima, aprecio y un cierto “orgullo de padre” de las hermanas con las que compartió misión y vocación, ocupándose personalmente de su formación humana y cristiana. Quería que estuvieran bien preparadas, conscientes y convencidas de su papel y de sus posibilidades para implementar su Plan:
“Quisiera escribiros una mención del apostolado de estas Hermanas, fiel imagen de las antiguas mujeres del Evangelio, que con la misma soltura con que enseñan el “abc” al huérfano desamparado en Europa afrontan jornadas de meses y meses bajo 60 grados de Réaumur en África Central, atraviesan desiertos sobre el camello y montan y dominan el caballo, duermen bajo un cielo despejado bajo un árbol o en la esquina de un barco árabe, amenazan a los beduinos armados, reprochan el vicio de los inmorales hombres, reducen a la concubina a la penitencia, asisten al soldado en el hospital, exigen justicia a los tribunales turcos en favor de los oprimidos, no temen a la hiena ni al rugido del león, y todas las fatigas, los viajes desastrosos, la muerte que emprenden para ganar almas para la Iglesia, y para corresponder con las propias fuerzas, con la milagrosa debilidad y con la propia vida a ese Corazón, que vino a encender un fuego en esta tierra.” (E.3553)
El “genio femenino” en la obra de la evangelización es inseparable de la maternidad que se identifica con el ser o convertirse en “espacio” para “acoger” la vida. Este “dar la vida” regenera, asume diversas formas y caracteriza nuestro ministerio hasta las últimas consecuencias: significa capacidad de aprender a meterse en las situaciones de nuestro pueblo, a compartir su suerte y permanecer con ellos incluso en toda clase de dificultad. Por esta maternidad estamos llamadas a expresar la maternidad de Dios que genera y promueve la vida con ternura y tenacidad, compasión y desafío.
“Vosotros sois mi herencia” escribió Comboni, y como tales nos sentimos. Mucho camino han recorrido las mujeres dentro y fuera de la iglesia en estos 150 años. Mucho más queda aún por andar. En este tiempo en el que la experiencia del jubileo se entrelaza al camino sinodal de toda la iglesia, miramos a Comboni pidiéndole que nos ilumine y nos sostenga, para poder entregar esta herencia de generación en generación.
Sr. Alicia Vacas Moro, Misionera Comboniana