La información recopilada por la Agencia Fides muestra que en 2023 fueron asesinados 20 misioneros en todo el mundo: 1 obispo, 8 sacerdotes, 2 religiosos no sacerdotes, 1 seminarista, 1 novicio y 7 hombres y mujeres laicos.
Si bien las listas elaboradas por Fides están siempre abiertas a actualizaciones y correcciones, el número de misioneros asesinados ha aumentado en 2 con respecto al 2022. Según el desglose continental, este año el número más alto se registra de nuevo en África, donde han sido asesinados 9 misioneros: 5 sacerdotes, 2 religiosos, 1 seminarista y 1 novicio. En América, han sido asesinados 6 misioneros: 1 obispo, 3 sacerdotes y 2 laicas. En Asia, han muerto violentamente 4 laicos y laicas. Por último, en Europa, ha sido asesinado un laico.
Como en años anteriores, Fides utiliza el concepto de «misionero» para designar a todos los bautizados, reconociendo que «en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se convierte en discípulo misionero. Cada persona bautizada, sea cual sea su función en la Iglesia o conocimiento de la fe, es un sujeto activo de evangelización» (Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 120). Además, la lista anual de Fides, desde hace ya tiempo, no solo se refiere a los misioneros ad gentes en sentido estricto, sino que trata de reflejar todos los casos en que los bautizados comprometidos con la vida de la Iglesia han muerto de manera violenta, aunque no sea expresamente «por odio a la fe». Por esta razón, preferimos no usar el término «mártires», excepto en su significado etimológico de «testigos», con el fin de no entrar en el juicio que la Iglesia pueda hacer sobre algunos de ellos proponiéndolos, tras un minucioso examen, para su beatificación o canonización.
Uno de los rasgos distintivos que tienen en común la mayoría de los agentes de pastoral asesinados en 2023 es, sin duda, su vida normal, es decir, que no llevaban a cabo acciones sensacionales ni hechos fuera de lo común que pudieran llamar la atención y ponerlos en el punto de mira de alguien. Recorriendo las escasas notas sobre las circunstancias de sus muertes violentas, encontramos sacerdotes que se dirigían a celebrar misa o a realizar actividades pastorales en alguna comunidad lejana; asaltos a mano armada perpetrados a lo largo de carreteras muy transitadas; ataques a rectorías y conventos donde se dedicaban a la evangelización, la caridad, la promoción humana. Se han visto, sin culpa alguna, víctimas de secuestros, de actos de terrorismo, implicados en tiroteos o en actos de violencia de diversa índole.
En esta vida «normal» vivida en contextos de pobreza económica y cultural, de degradación moral y medioambiental, donde no hay respeto por la vida y los derechos humanos, sino que a menudo la norma es sólo la opresión y la violencia, ellos estaban también unidos por otra «normalidad», la de vivir la fe ofreciendo su sencillo testimonio evangélico como pastores, catequistas, trabajadores sanitarios, animadores de la liturgia, de la caridad…. Podrían haberse ido a otra parte, trasladarse a lugares más seguros, o desistir de sus compromisos cristianos, tal vez reduciéndolos, pero no lo hicieron, aunque eran conscientes de la situación y de los peligros a los que se enfrentaban cada día. Ingenuos, a los ojos del mundo. Gracias a ellos, que «no son flores que brotan en un desierto», y a los muchos que, como ellos, testimonian su gratitud por el amor de Cristo traduciéndolo en actos cotidianos de fraternidad y esperanza, la Iglesia, y en definitiva el mundo mismo, sigue adelante.
En el Ángelus de la fiesta de san Esteban, primer mártir de la comunidad cristiana, el papa Francisco ha recordado: «sigue habiendo -y son muchos- quienes sufren y mueren por dar testimonio de Jesús, como también hay quienes son penalizados a diversos niveles por comportarse de forma coherente con el Evangelio, y quienes luchan cada día por mantenerse fieles, sin aspavientos, a sus buenos deberes, mientras el mundo se ríe de ellos y predica otra cosa. Estos hermanos y hermanas también pueden parecer fracasados, pero hoy vemos que no es así. De hecho, ahora como entonces, la semilla de sus sacrificios, que parecía morir, brota y da fruto, porque Dios, a través de ellos, sigue obrando maravillas (cf. Hch 18,9-10), para cambiar los corazones y salvar a los hombres» (Ángelus, 26 diciembre 2023).
Crédito de la nota: Agencia Fides.