La misionera comboniana Elena Balatti se encuentra en Sudán del Sur y, como directora de Cáritas en Malakal –ciudad fronteriza con el país africano asolado por la violencia–, se encarga de coordinar la ayuda en uno de los campos de refugiados habilitados para acoger a las numerosas personas que tratan de salvar sus vidas: «Tratamos de garantizar alimentos y artículos de primera necesidad para todos. Nuestra intervención pretende reforzar la fraternidad».
Existe un punto de vista dramáticamente privilegiado para comprender cómo la guerra civil en Sudán está entrando en su peor fase, quizá incluso en una de no retorno. Es la de Sudán del Sur, justo al otro lado de la frontera, a pocos kilómetros de Malakal, capital de la región del Alto Nilo. Aquí la prueba de fuego es un campo de refugiados –uno de los muchos que se han multiplicado desde el comienzo de la violencia– creado para recibir a quienes intentan salvar la vida dejando atrás el dolor y el derramamiento de sangre. Si al inicio del conflicto, en abril de 2023, las instalaciones hospedaban sobre todo a miles de sursudaneses que regresaban a su país tras emigrar años atrás a la vecina nación norteafricana huyendo de su guerra civil de 2013 o de la anterior lucha por la independencia, ahora buscan asilo y consuelo los propios sudaneses, miles de los cuales tratan por todos los medios de cruzar la frontera con la esperanza de una vida mejor.
Dándoles la bienvenida, en el campamento de Malakal, se encuentra una religiosa de rostro sonriente que nunca olvidará la época en que aquellos hombres, mujeres e incluso niños, solían llevarlos hasta ahí tras haberlos recogido en la ciudad sursudanesa de Renk y transportado en una barca que surcaba peligrosamente las aguas del majestuoso Nilo Blanco. Fue hace poco tiempo, pero para Elena Balatti y los colaboradores de Cáritas en Malakal, que ella dirige, toda una era geológica parece haber pasado: «Aquel servicio, activado en los primeros momentos de la emergencia, ya no podemos hacerlo porque la situación se ha complicado, está empeorando. Y nos estamos dando cuenta de ello porque muchos ciudadanos sudaneses han empezado a abandonar su país. Así que el campo de refugiados también está adquiriendo las características de un verdadero lugar de tránsito».
La misionera comboniana, en conversación con los medios vaticanos, estima que cientos de miles de personas ya han cruzado la frontera y otras están listas para hacerlo. «Ante un número tan elevado, no podíamos seguir transportándolos con nuestra barcaza, ahora se encargan las organizaciones internacionales, que en muchos casos utilizan también aviones porque a menudo no hay carreteras practicables». Aunque la barcaza de la hermana Elena ya no se utiliza, Cáritas en Malakal, en nombre de toda la Iglesia local, no ha dejado de ocuparse de ese campo de esperanza. Al contrario, el trabajo ha aumentado considerablemente. «Junto con las organizaciones de las Naciones Unidas y otras asociaciones humanitarias, nos ocupamos del apoyo alimentario inmediato para los que acaban de llegar y del apoyo a largo plazo para los que se quedan más de una semana, lo que afecta entonces a la mayoría de las personas». Una intervención nada desdeñable si se tiene en cuenta que el Programa Mundial de Alimentos sólo da comida a cada refugiado durante exactamente una semana.
Pero la cosa no acaba ahí. La ayuda de la hermana Elena y sus colaboradores va más allá de las necesidades inmediatas: «Una vez que las personas regresan a sus lugares de origen o destino final siguen necesitando apoyo para construir, por ejemplo, refugios temporales donde vivir o para reintegrarse en la sociedad, en el caso de los sursudaneses. Y siempre hemos respondido a muchos llamamientos de este tipo desplegando todos nuestros recursos».
Una de sus preocupaciones es la asistencia psicológica, el camino hacia la curación del trauma que, sin embargo, sigue siendo complicado de conseguir. «La guerra continúa y es difícil para Cáritas de Malakal encontrar los ingentes fondos que se necesitarían para poner en marcha también este servicio. Pero sería necesario. Las personas que atendemos se han visto obligadas a viajar y muchas de ellas han corrido peligros inimaginables. La única que está haciendo algo al respecto es la oficina diocesana de justicia y paz.
Hay una esperanza, sin embargo, que lleva en el corazón: la ayuda humanitaria que la Iglesia local está prestando indiscriminadamente a todos en un contexto tan doloroso pueda contribuir a hacer crecer la fraternidad: «Los ciudadanos sudaneses son en su mayoría musulmanes y confío realmente en que nuestros actos de caridad puedan hacerles sentir la providencia y el amor de Dios que les acompaña y les sigue siempre».
Crédito de la nota: Vatican News