En una tierra rica en diamantes y oro donde nadie se interesa por el desarrollo del país, los Misioneros Combonianos no se desaniman en la promoción del Evangelio. «Si no fuera por el Evangelio y los pobres, nos quedaríamos con gusto en casa», ha dicho el padre Franco Laudani, mccj, de 80 años, al relatar las aventuras y dificultades del viaje de Kisangani a Buta (380 km), a donde ha viajado para abrir una nueva misión en el norte de la República Democrática del Congo.
El misionero de 80 años llegó en las últimas semanas junto con el padre Léonard Ndjadi Ndjate, superior provincial, y el padre Roberto Ardini, de 79 años, para iniciar su apostolado. «Estamos llenos de confianza. Se trata de una verdadera zona misionera, al estilo de san Daniel Comboni: entre los más pobres y abandonados. Pero parecen tan generosos y felices de recibirnos».
El viaje de 380 km ha durado un total de tres días en medio de imprevistos, encuentros, paradas y vicisitudes durante los cuales los misioneros no se han dado por vencidos.
«Hemos tratado de mover la compasión del cielo con nuestras oraciones de ayuda, la beata Anwarite, Patrona de nuestra parroquia, san Daniel Comboni, el rosario en silencio porque no teníamos el valor o la fuerza para decirlo en voz alta. Y luego, ver el sufrimiento de estas personas, jóvenes en moto que llevan una carga de 300/400 kg, tanto que por detrás, antes de llegar a ellos, crees que tienes un coche delante y en cambio es una moto cargada como una furgoneta».
Buta cuenta con unos 500 mil habitantes, y con muchos edificios bien conservados de la época colonial. Sólo hay cuatro parroquias y en toda la diócesis nueve sacerdotes locales y dos parroquias encomendadas a religiosos, incluidos los combonianos.
«Soy el único ‘viejo blanco’ -dice el P. Franco- en la ciudad y, sin duda, el único anciano como sacerdote. El nivel económico me parece medio, pero más allá del Rubí, es decir, en nuestra parroquia, la pobreza es absoluta. Esto nos ayudará a ser ‘familia’ sin secretos ni discriminaciones. A doscientos metros de la capilla tenemos nuestra residencia, una pequeña casa con cuatro habitaciones vacías pero limpias, rodeada por una valla de cañas de bambú. No hay electricidad, ni en nuestra casa ni en la ciudad, ni agua, fuera hay una ducha y un retrete. Sólo hay tres bancos en la iglesia; la iglesia es oscura, la gente se sienta en tablones de madera y utilizan una pequeña batería con algunas lámparas para iluminar. Más adelante, veremos cómo organizar las cosas principales».
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