En la nación africana, los enfrentamientos entre tropas regulares y milicias no han disminuido. El obispo de Bentiu, Christian Carlassare, hace un llamamiento a la paz, al trabajo y al diálogo social, al tiempo que denuncia el abandono de la comunidad internacional. «Las Iglesias del país –reitera– están unidas al Papa en este momento de debilidad física».
El país más joven del mundo, Sudán del Sur, corre el riesgo de precipitarse de nuevo en el abismo de una violencia sin fin. Desde hace meses, se enfrentan las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Sudán del Sur (SSPDF), que dirige el presidente Salva Kiir, y la milicia Ejército Blanco, afiliada al Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés en la Oposición (SPLA-IO), vinculado al primer vicepresidente, Riek Machar. La república, que nació en 2011 tras décadas de enfrentamientos, ya vivió el horror de la guerra civil entre 2013 y 2018, que ahora parece volver a tomar forma.
Las elecciones previstas para diciembre de 2024 se han pospuesto hasta finales de 2026, y los acuerdos de paz firmados en 2018 podrían saltar por los aires. Para monseñor Christian Carlassare, obispo de Bentiu, es necesario construir la paz y devolver la esperanza a la población.
–Sudán del Sur ha vuelto a desaparecer del radar internacional. Se alimenta literalmente de petróleo y, sin embargo, es uno de los países más pobres del mundo, ¿cómo es posible?
–Probablemente, se mantiene entre los países más pobres precisamente porque está olvidado y abandonado por el interés y el apoyo internacionales, al tiempo que es víctima de la dinámica global de explotación de recursos, petróleo in primis (en primer lugar) en este momento, pero también otros recursos. Todo ello se ve agravado por el hecho de que las instituciones siguen siendo pobres e incapaces de estar del lado de los ciudadanos garantizando el Estado de derecho.

–¿Cómo vive la población la situación actual?
–La población tiende a vivir la situación con resignación. Al fin y al cabo, nunca ha conocido instituciones capaces de garantizar el diálogo social, la resolución de conflictos sin recurrir a la violencia y una estabilidad económica que favorezca el emprendimiento, de modo que el trabajo produzca riqueza y desarrollo. A menudo vive de la conveniencia y los que se enriquecen lo hacen porque aprovechan la oportunidad, a veces de forma muy cuestionable. La mayoría confía en la ayuda humanitaria como una oportunidad importante pero, en estos momentos, incluso esta ayuda humanitaria está siendo cuestionada.
–Las elecciones se han pospuesto, pero son cruciales para revitalizar el país…
–Son un ejercicio importante en el proceso de democratización del país. Están previstas en el Acuerdo de Paz como coronación del proceso, tras la aplicación de muchas otras resoluciones. Una de estas es, por ejemplo, la unificación del ejército nacional, poniendo fin a las numerosas milicias que responden a diversos líderes o grupos.
–En los últimos años se ha intentado llamar a reclutas para su entrenamiento, pero nunca ha sido posible colocarlos en todas las regiones de Sudán del Sur, ¿por qué?
–Sigue habiendo grupos armados que no responden ante el ejecutivo federal; sigue habiendo una tribalización de estos grupos armados: ¡ahí radica el problema! Y la política parece estar implicada, porque los utiliza siempre que puede, aunque no tenga un control total sobre ellos. Porque eso es lo que ocurre con la violencia: cuando se utiliza, ya no se tiene el control de lo que ella puede hacer dentro de un país. Estos días, de hecho, seguimos con preocupación la acción del gobierno para cambiar el batallón de Nassir. En este intento ha chocado con las milicias locales, conocidas como Ejército Blanco, que son jóvenes reclutas de los grupos de oposición al gobierno.

–¿Qué desencadenó el enfrentamiento?
–El motivo de este enfrentamiento parece ser la presencia, junto con soldados del gobierno, de otra milicia opuesta a la local. Así que estamos recibiendo noticias de enfrentamientos que se producen por la miopía de los que mandan, incapaces de dialogar antes de tomar decisiones. Por tanto, los malentendidos que hay en la capital se traducen luego en enfrentamientos en los territorios, porque no se habla el mismo idioma y no existe la misma comprensión de los problemas que viven las poblaciones locales.
–Volvamos al tema de las elecciones: ¿por qué el aplazamiento a 2026?
–Tenemos que entender si realmente hay voluntad de llegar a elecciones o, si incluso en el ambiente político, hay voluntad de simplemente mantener la situación existente con sus equilibrios: y, a decir verdad, equilibrios muy poco firmes, pero equilibrios al fin y al cabo. Creo que la cuestión para nuestros gobernantes es precisamente cómo es posible, hoy en día, mantener unido al país en esta crisis económica bastante grave, intentando no mantener a los mismos grupos políticos o grupos en el poder, sino más bien tener como administradores del país a personas competentes que sean capaces de responder a las graves situaciones que se producen a todos los niveles: de seguridad, de desarrollo económico, de sanidad, de educación; donde los ministros que estén al frente sean realmente capaces de poner en marcha un camino que lleve al país a estar mejor de lo que está ahora.
–El Papa visitó el país en 2023 y reiteró enérgicamente la necesidad de la implicación de la comunidad internacional en el proceso de desarrollo, señaló con el dedo las armas y la explotación. ¿Cuál es el legado de esa visita?
–El recuerdo de la visita del Santo Padre a Yuba sigue muy vivo en la gente, y sin duda ofrece una gran fuerza y autoridad al ministerio de la Iglesia en un país que clama la evangelización, combinada con un proceso de diálogo y reconciliación. Una pacificación que sólo podrá lograrse cuando el pueblo se reconcilie con su pasado y reconozca que no hay otro camino que vivir la fraternidad entre todas las etnias del país. Hay muchos sursudaneses que ya están en sintonía con este camino –pienso en la comunidad civil–, pero muchos otros que siguen aplacados o manipulados para mantener la división y el interés parcial de ciertos grupos.

–¿Cómo viven este momento las comunidades del país?
–La Iglesia de Sudán del Sur está unida en torno al Papa y rezan por él en este momento de debilidad física; y él nos enseña que no siempre son los más fuertes, los poderosos, los sanos, los que muestran el camino, sino los débiles y a menudo marginados, quizá incluso los enfermos como él ahora, quizá tienen una visión diferente de la realidad. Por eso, la invitación es a los que tienen un ritmo rápido, a que lo ralenticen, a que se acerquen a los pobres, a los últimos, y aprendan otro tipo de ritmo, que no es el ritmo rápido y veloz de la economía y del interés de nuestro mundo moderno, sino el de la fraternidad, que es el único que produce comunidad y comunión.
–¿Cuál es la relación entre las confesiones presentes?
–Tenemos muchas iglesias cristianas, o confesiones cristianas, una buena presencia de musulmanes también. Hay respeto, pero no siempre comunión. El camino común es el de la fe y la esperanza: una visión y un enfoque de la vida que nos une. Ahora estamos viviendo la Cuaresma mientras los musulmanes viven su Ramadán. Todos dirigidos hacia el Señor. Por ello, esta fe nos llama también a profundizar en el amor fraterno para que cada uno no se centre sólo en su propia casa, sino en la familia de toda la humanidad, donde ninguna pertenencia terrena puede dividir o cuestionar nuestra pertenencia última a Dios.
–Sudán del Sur también se enfrenta a la tragedia de las inundaciones y el intenso calor que causan miles de desplazados internos…
–El cambio climático se ve agravado por nuestro comportamiento y la explotación de los recursos naturales. Por ejemplo, la deforestación cerca de las ciudades para fabricar combustible ha dejado algunas zonas de las llanuras sin vegetación y lugares para vivir casi inhabitables también por la presencia de residuos por todas partes. Otra cuestión es la gestión de la cuenca del Nilo: las presas, la limpieza del río y por tanto del caudal de agua, los diques prácticamente inexistentes.
El territorio de nuestra diócesis, en el Estado de Unidad, está cubierto en un 40 por ciento por el agua y unas 800 mil personas están desplazadas a lugares más altos, perdiendo ganado y tierras cultivables. A la complejidad se añade la contaminación producida por las compañías petroleras, por lo que el agua –cerca de sus fábricas– no es segura, pero mucha gente no tiene elección y saca agua aunque esté contaminada.
–A esta situación se añaden miles de refugiados que huyen del conflicto en Sudán…
–Además de los desplazados, hay unos 130 mil refugiados sudaneses en el territorio que dependen de la ayuda de las agencias humanitarias. Así que observamos con preocupación la política internacional del momento, cada vez más escéptica respecto a la ayuda. No cabe duda de que es necesario reformar las modalidades y las prácticas, pero la ayuda humanitaria sigue siendo el último recurso para tantas personas que buscan la vida y la dignidad.
–¿Qué se necesita?
–Hace falta un tiempo de estabilidad política y económica, necesitamos paz para poder afrontar los verdaderos problemas del país: el analfabetismo; la falta de escuelas y de profesores calificados; la falta de una sanidad pública que llegue a todos; de infraestructuras y carreteras que unan el país; y la posibilidad de invertir en trabajo y así también producir vida para aquellas comunidades que realmente viven en una gran pobreza.
–Usted dirige desde agosto de 2024 la diócesis de Bentiu, una superficie de unos 38 mil kilómetros cuadrados y más de un millón de habitantes…
–Somos una diócesis muy joven, nacida sin estructuras, pero con una gran comunidad de fieles que se han reunido en torno a Dios en oración para promover la vida en un contexto de miedo, inseguridad y muerte. Nos apoyamos en el legado del trabajo de tantos catequistas y fieles laicos que han cristianizado a esta población. Ahora se trata de sembrar la palabra de Dios en plenitud para que la vida y la práctica sean verdaderamente evangélicas. Se trata de compartir la confianza y la esperanza de la gente en un cambio posible, en el que ya no tengamos que vivir de conveniencias para sobrevivir, sino que podamos vivir la fraternidad. Tenemos 7 parroquias con un territorio verdaderamente inmenso, 9 sacerdotes diocesanos y 2 comunidades religiosas de combonianos y franciscanos.

–¿Cuáles serán los próximos pasos para realizar esta misión?
–Potenciaremos la formación de agentes pastorales laicos, el ministerio de justicia y paz y la escuela para nuestros jóvenes. También intentaremos promover actividades económicas y comunitarias, especialmente relacionadas con la agricultura y el cuidado del medio ambiente donde vivimos. Lo importante es ser capaces de movilizar a las comunidades locales, como comunidades de fe y esperanza: que sean capaces de influir en la vida común de la sociedad más amplia. Para que una economía de agresión, opresión y competencia –por tanto, una economía violenta– pueda convertirse en una economía de fraternidad. Mira cómo se aman: y con este amor dan forma a toda la sociedad.
–¿Cuál es su deseo en este Año Jubilar, marcado también por las dificultades del país, por tantas tensiones y guerras en el mundo?
–Mi deseo para el Jubileo está en las palabras de Miqueas: « Ya se te ha dicho, hombre, lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan sólo que practiques la justicia, que seas amigo de la bondad y te portes humildemente con tu Dios» (Miq 6, 8) Este es mi deseo para la Iglesia de Bentiu en este momento, para Sudán del Sur, y también para este camino común que el mundo está llamado a recorrer, para vivir juntos como hermanos, reconociéndonos hijos.
Crédito de la nota: Vatican News