Las canciones enmarcan el momento más esperado del viaje del Papa, primero a Chipre y luego a Grecia. Francisco ha venido a ver los rostros, a mirar a los ojos, a tocar la carne herida de tantos que han sufrido enormes dificultades y que ahora están en Lesbos buscando protección, refresco, atención y esperanza. Hay unas doscientas personas alrededor del Pontífice, pero representan a miles y miles que cruzan el Mediterráneo o el Egeo y que, como en tantas otras partes del mundo, huyen para construir una vida mejor y más segura.
A su llegada, la gente que lo espera en este campo simbólico, agolpada más allá de las barreras, canta «I love you», (te quiero). Francisco caminó durante mucho tiempo, acariciando a muchos niños -uno de ellos se giró para recibir un segundo saludo-, estrechando manos y recibiendo abrazos. Le dan mensajes y le enseñan fotos, quizás de un ser querido que está lejos o que no llegó, hasta que juntos alcanzan el escenario montado para la ocasión.
«Estamos felices de que usted haya venido para estar con nosotros como pastor en su rebaño», son las palabras del Arzobispo de Naxos, Andros, Tinos y Mykonos, monseñor Josif Printezis, al saludar al Papa, quien peregrina por segunda vez en cinco años a la isla del Egeo, frente a la costa de Turquía, desde donde embarcan muchos migrantes.
«La Iglesia católica en Grecia es pequeña y es imposible recibir a todos, así que estamos aquí para rezar juntos», explicó el prelado. Antes que él, intervinieron la presidenta Sakellaropoulou y el subdirector del campo de refugiados, quienes expresaron su esperanza de mejorar las condiciones de estas personas y garantizar su seguridad mientras se construyen nuevos centros en la isla. «Esperamos que las cosas también mejoren para las miles de personas que llegan continuamente», dijo monseñor Josif Printezis.
La historia de un peregrino en busca de un «puerto seguro»
Christian Tango Mukaya, de 30 años, procedente de la República Democrática del Congo, se encuentra en Lesbos con dos hijos, pero lejos de su esposa y un tercer pequeño de quienes lamentablemente no tiene noticias desde hace un año.
La historia que cuenta en francés es la de un viaje en medio de «enormes dificultades» y está entrelazada con la gratitud y la fe. Se dirige al Papa como a un «padre» preocupado por sus «hijos migrantes y refugiados» a los que Dios quiere premiar. Da las gracias al gobierno y al pueblo griego, del que, a pesar de las dificultades, ha recibido alojamiento, atención y un poco de paz, especialmente de la parroquia católica local que lo ha «amado como a un niño» y le ha dado un lugar para rezar. La persecución y las amenazas de muerte en su país le hicieron peregrinar en busca de asilo, pero en los momentos difíciles se apoyó en Dios y gracias al poder de la oración y a la intercesión de la Virgen María pudo superar las dificultades. Esta es su historia, esta es su vida, y hoy pide al Papa que recemos juntos para que todos los compañeros migrantes como él encuentren un lugar seguro, atención, educación y protección.
Crédito de la nota: Vatican News.