Miércoles, 6 de julio 2022
Durante el Capítulo General de los Misioneros Combonianos, que se ccelebró en Roma del 1 de junio al 1 de julio, rezamos y acompañamos la dura situación de conflicto que se vivió en Ecuador.
Como muchos de los países de América Latina y del Sur Global, Ecuador viene sufriendo las consecuencias de las múltiples crisis de un modelo que ya no puede sostenerse, con una lenta recuperación después de la Covid-19 y un fuerte aumento de los precios de los combustibles, que ha llevado a un crecimiento descontrolado del costo de vida. En los últimos dos años, la pobreza multidimensional ha alcanzado a casi el 40% de la población ecuatoriana. Una enorme deuda social y un peligroso detonador social. El propio Canciller de la República reconoció “la exclusión de las comunidades indígenas se viene manifestando desde hace décadas”.
En este contexto, la política económica del primer año del presidente banquero Lasso ha sido de profundización neoliberal: recortó el presupuesto estatal y el empleo público, reingresó el Ecuador al CIADI y profundizó las desinversiones y privatizaciones. Por su parte los pueblos indígenas, que iniciaron hace un año un diálogo sin frutos con el gobierno, convocaron a un Paro Nacional, liderado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) y Organizaciones Indígenas Evangélicos del Ecuador, FEINE, al que se sumaron estudiantes, maestros, transportistas, campesinos, obreros, desempleados, empobrecidos, con una fuerte participación de las mujeres.
Después de dos semanas arduas de protestas, con algunos muertos y detenidos, se llegó a un acuerdo, con la mediación de la Conferencia Episcopal de Ecuador. El presidente de la República se comprometió a reducir el precio del combustible, a derogar un decreto relacionado a la política petrolera y a reformar otro decreto para prohibir la actividad minera en áreas protegidas.
Inicialmente, muchas instituciones de Iglesia tuvieron dudas, temores, al miedo de ser utilizados por intereses políticos, por “gente violenta que no sabe reclamar de manera decente”, o simplemente por no romper con su rutina de vivir su fe distante de la dura realidad. Poco a poco se fue definiendo mayoritariamente al lado de los siempre olvidados e ignorados por la historia y los sectores dominantes.
Fueron algunas congregaciones católicas quienes se destacaron por sus acciones de solidaridad y humanidad. Salesianos y jesuitas abrieron las puertas de sus universidades como casas de paz, refugio, alimentación, atención de salud y psicología. Las hermanas Lauritas recibieron a los indígenas en su casa y les alimentaron preparando la comida para más de dos mil personas, cada día. Acompañaron también a los indígenas en sus movilizaciones y en los procesos de diálogo.
La Red Nacional de Pastoral Ecológica (RENAPE), CARITAS, REPAM, la Conferencia Ecuatoriana de Religiosas y religiosos, la Comisión de Justicia y Paz y muchas otras entidades católicas no sólo animaron las muestras solidarias con los pueblos indígenas, sino que también emitieron pronunciamientos públicos, exigiendo al gobierno la urgencia de solucionar las demandas vía el diálogo.
Varios obispos de las zonas con población indígena se manifestaron solidarios con las demandas de los manifestantes. Mons. Rafael Cob, vicepresidente de la REPAM, dijo que “los indígenas han reclamado derechos que habían sido olvidados por el gobierno; la Amazonía en los últimos años ha sido olvidada. Podemos decir que hoy celebramos la victoria de quienes buscan la paz, defienden la justicia y trabajan por la unidad”.
Finalmente, la mediación de la Conferencia Episcopal de Ecuador fue esencial y contribuyó para sellar los acuerdos que cerraron el paro. La situación, todavía, sigue tensa porque ahora comenzarán los diálogos para implementar los acuerdos y aún hay el riesgo de criminalización del líder indígena de la CONAIE, Leonidas Iza.
En situaciones de tensión y en la violencia del conflicto, no siempre es fácil discernir el papel de la Iglesia. Felizmente, en Ecuador se optó por favorecer el diálogo a partir de una escucha respetuosa del grito de los excluidos(as), dando valor sobre todo a los religiosos(as), líderes cristianos y pastores que conocen la vida concreta de las periferias, de la gente con quienes viven y construyen comunidad-iglesia, día a día.
P. Dário Bossi.
Foto: Alfa y Omega