En Adjumani, en el norte de Uganda, el padre jesuita Lasantha Deabrew coordina el Proyecto del Jesuit Refugee Service en apoyo de los sursudaneses acogidos en los campos de refugiados de Maaji y Aiylo. Desde ese lugar, el sacerdote ha podido recoger «en directo» los sentimientos y esperanzas que ha despertado entre los refugiados sursudaneses la reciente Visita Apostólica del papa Francisco a Sudán del Sur.
«Algunos de ellos -cuenta el padre Lasantha a la Agencia Fides- querían volver a Sudán del Sur precisamente para participar personalmente en el evento. Querían estar presentes en una ocasión tan especial. En los campamentos hay mucha gente que confía en los posibles efectos positivos del viaje del Papa y en las palabras que ha pronunciado, así como en el hecho de que el Pontífice haya querido visitar el país junto con el Arzobispo de Canterbury y el Moderador de la Iglesia de Escocia. La esperanza es grande, aunque al mismo tiempo muchos temen que la incapacidad de los dirigentes políticos y sus intereses puedan ponerlo todo de nuevo en peligro».
En el norte de Uganda hay 19 campos de refugiados, casi todos habitados por sursudaneses. «En total las personas alojadas en la zona de Adjumani son 280 mil, todos cristianos, en su mayoría católicos. Junto con otros cinco sacerdotes, nos ocupamos de la pastoral: celebramos la misa y los sacramentos, formamos catequistas. Intentamos apoyar espiritualmente a todos, especialmente a los jóvenes. Los chicos que van a la escuela (hay edificios escolares en todos los campamentos) necesitan que se les apoye, no sólo en su educación, sino con motivación espiritual».
En los campos de refugiados del distrito de Adjumani, el Jesuit Refugee Service trabaja también con un proyecto financiado por AICS, la Agencia Italiana de Cooperación al Desarrollo. Se trata de una iniciativa de emergencia para promover la integración de las poblaciones desplazadas, repatriadas y refugiadas mediante la creación de centros comunitarios para jóvenes y mujeres y la construcción de nuevos sistemas de abastecimiento de agua, ganadería y apoyo al comercio.
«Participamos en programas de apoyo social y psicológico, orientación profesional y formación. Esta intervención pretende implicar tanto a las comunidades de refugiados como a las locales, para fomentar la integración y la coexistencia pacífica».
Hasta hace unos quince años, Uganda vivió terribles fases de conflicto en diversas partes de su territorio, que provocaron la muerte de miles de personas, la huida de más de un millón y la expansión del odioso fenómeno de los «niños soldado».
En la actualidad, el país vive en relativa paz y, aunque en medio de dificultades y problemas críticos, destaca como el país africano más abierto a la hospitalidad hacia los refugiados.
Los refugiados en Uganda, procedentes de Sudán del Sur, el Congo y Somalia, ascienden actualmente a 1,6 millones. El gobierno de Kampala, con la ayuda del ACNUR y de muchos donantes y ONGs, permite la entrada de los refugiados y les asigna, tras un proceso de identificación y comprensión de sus necesidades, una parcela en los campamentos y la posibilidad de construir una casa.
«Desde luego -reconoce el sacerdote jesuita- hay muchos ámbitos en los que sería necesaria una intervención sustancial para mejorar las condiciones de los campos de refugiados, empezando por los servicios para la educación de los más jóvenes y la distribución de alimentos (últimamente se ha producido una disminución de la ayuda debido en gran parte a la crisis ucraniana y a la escasez de cereales). Pero en conjunto, Uganda es un país hospitalario, que ofrece a muchas personas la posibilidad de reconstruir su existencia».
Crédito de la nota: Agencia Fides.