El padre Ibrahim Faltas comparte desde Jerusalén una reflexión sobre el Misterio Pascual en Tierra Santa, sobre la conciencia de la humanidad y sobre la necesidad de resurrección de quienes sufren las consecuencias de la guerra.
En Jerusalén, los ritos de Pascua comienzan el viernes anterior al Domingo de Ramos, en conmemoración de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María. Cada piedra de la Ciudad Santa recuerda la pasión y muerte de Nuestro Señor: el recorrido de la Vía Dolorosa está marcado por la presencia viva de Cristo, por el sufrimiento de su Madre, de los Apóstoles y de cuantos lo siguieron con confianza, afrontando la persecución y la opresión. La celebración del júbilo popular se ve cada vez más impedida para los cristianos locales, que no pueden reunirse en los lugares santos en comunión de fe. Comienza la semana que conmemora acontecimientos dolorosos pero salvíficos: la desilusión de la traición y un juicio injusto, la pasión atroz, la muerte en la cruz junto a dos ladrones, en presencia de una madre que pierde a su hijo amado y acoge a otro para seguir difundiendo el mensaje de amor. Bajo esa cruz y de esa cruz nace la misión de la Iglesia: del pan partido y compartido, del sufrimiento y de la muerte de Cristo hemos recibido la salvación.
Inmersos en el Misterio Pascual
Estamos inmersos en el Misterio Pascual y no es fácil comprender lo que sucede a menos de cien kilómetros de la Ciudad Santa, que es santa para todos los que habitan esta tierra. No podemos justificar la agresión y la opresión que llevan a la violencia cuando debe prevalecer la razón del amor que excluye el odio: estas no son palabras de circunstancia, son las «leyes» que los creyentes de cada religión deben respetar por fe y con la única interpretación posible, la buena. Durante más de dieciocho meses el mundo ha visto lo que sucede en Gaza, pero no ha mirado ni ha encontrado la posibilidad de detener la muerte y el sufrimiento de más de dos millones de personas.
Acciones inhumanas
Durante demasiado tiempo hemos asistido impotentes a acciones inhumanas en la indiferencia de quienes ven los beneficios de la guerra y permiten el fuego que destruye personas y hospitales, pero no ven, fingen no ver y permiten métodos inhumanos de muerte que superan, en número y atrocidad, la irrazonable ley de la venganza. ¿Pueden todavía considerarse responsables y capaces de gobernar y cambiar la historia de la humanidad para mejor aquellos que justifican la violencia, quienes causan muerte, quienes construyen planes de guerra, quienes no ayudan a la vida e impiden la ayuda y el socorro?
Hemos visto imágenes y escuchado historias dolorosas. Hemos visto personas impulsadas hacia arriba por instrumentos de muerte construidos y comercializados por otras personas. Hemos visto gente morir de hambre, de sed, de falta de cuidados, de calor, de frío porque otras personas lo permitieron. ¿Es ésta la conciencia de la nueva humanidad, es ésta la comunidad humana que llega a la Luna y no salva a sus semejantes?
Como María
Son tiempos largos y oscuros que registran muerte y desesperación: los errores del pasado no pueden remediarse cancelando la lógica del poder. No se puede vencer el silencio que rodea al odio, no se puede pedir justicia con la voz de la verdad. Muchas madres y padres sufren como María por la pérdida de sus hijos, demasiados hijos han perdido el amor y la protección de madres y padres, sobreviviendo en el dolor. En esta Semana Santa, recorramos con el corazón las calles dolorosas de Gaza, recorrámoslas con la esperanza de la paz y con la certeza de Cristo Resucitado. Derrotemos el miedo y la oscuridad con la luz de la resurrección para que podamos vivir plenamente la santa Pascua proclamando ante la tumba vacía: «¡No está aquí! ¡Ya no está! ¡Cristo se ha ido a Gaza!». El Resucitado es la esperanza de vida para los cristianos de Gaza: oremos para que sigan siendo testigos de la fe en los dolorosos caminos de su tierra.
Crédito de la nota: Vatican News.