Padre José da Silva Vieira y la Capilla Azul de Massina, Etiopía

Padre José da Silva Vieira y la Capilla Azul de Massina, Etiopía

El padre José Vieira, misionero comboniano portugués, nos cuenta sobre su visita pastoral a una comunidad cristiana en Massina, Etiopía. «Al regreso –dice el misionero–, a lo largo del camino se suele encontrar con muchas personas, especialmente mujeres, que vienen de la misa dominical en las iglesias protestantes. Nos saludamos con alegría porque todos somos hermanos y hermanas y creemos que Jesús resucitado es el salvador de toda la creación».

«Oí hablar de Massina cuando fui a celebrar misa en la capilla de Jalahu, en el fondo de un estrecho valle junto al río Hawata. Mi misión era Haro Wato, en las montañas de Uraga. En ese momento, hace veinticinco años, Jalahu era un lugar salvaje. La gente iba al mercado y al molino en Massina, al otro lado del río. Ahora, Massina tiene una capilla católica que pertenece a la zona de Adola, de la parroquia de Qillenso».

«El pueblo está a unos veinte kilómetros de Adola, mitad pavimentado y mitad terracería. El sendero serpentea a lo largo de la orilla izquierda del río Hawata en medio de plantaciones de café, chat, una planta alcaloide que es legal en Etiopía, “falsos plátanos”, árboles frutales y trigo».

«El paisaje es encantador. Hay muchas acacias, árboles típicos de la sabana africana. Los habitantes son sociables y a medida que pasamos nos saludan alegremente, especialmente a los niños».

«Cuando estaba en Haro Wato, a menudo me bañaba en las aguas claras y frescas de Hawata, cerca de la capilla de Tuta. Aquí el río se ensucia mucho debido a la búsqueda de oro en las orillas y en su lecho. Los lugareños lo extraen usando palas, picos y bandejas. Los chinos usan excavadoras, hay varias funcionando a lo largo de los cinco kilómetros que recorremos para llegar a Massina. La competencia es desleal y a veces se transforma en conflictos violentos».

«La última vez que fui a celebrar en Massina, un miembro de la milicia oromo, la fuerza local que mantiene el orden y la ley, me detuvo y me preguntó si iba por el oro. “No, voy a rezar con la gente de Massina”, respondí. Y me dejó continuar».

Comunidad cristiana viva

«La capilla se encuentra en un extremo del pueblo. Fue iniciada por el misionero comboniano mexicano Pedro Pablo Hernández. Junto con un colega español comenzamos la misión Haro Wato en 1995. Él desarrolló la presencia católica en Adola y alrededor de la ciudad santa de Guji. La capilla llama la atención, ¡porque está pintada de azul! Mi color favorito».

«Massina es la comunidad católica más grande fuera de la ciudad. Por lo general, unas treinta personas asisten a la Eucaristía dominical cada seis semanas. La mayoría son mujeres. ¡Siempre fieles a su Señor!»

«Es una comunidad muy autónoma. Querían instalar un sistema eléctrico solar para alimentar los altavoces y competir con los protestantes. Recaudaron el dinero necesario para comprar un panel solar, una batería, el controlador y el inversor de corriente eléctrica (convierte los 12 voltios de la batería en 220), el estabilizador, un altavoz externo y un altavoz interno».

«Mientras el catequista dirige la oración de la mañana y el Rosario, el sacerdote atiende a los penitentes para la confesión. Si, por alguna razón, nos retrasamos, ya sea porque la Misa en Adola fue más larga de lo esperado o porque estábamos atascados en el barro del camino, el catequista hace la celebración de la Palabra. Después, se celebra la misa con calma. Los cantos son acompañados por el tambor y una kerara, un arpa etíope de cinco cuerdas. El modelo comunitario es comercial, con cuerdas de acero, diferente de los modelos artesanales que tienen cuerdas de nylon o algodón».

«La oración de los fieles es espontánea y muy participativa: algunos hacen peticiones, otros dan gracias por las bendiciones recibidas. Se convierte en una especie de retrato oral de la vida de las personas de la comunidad. La misa termina con dos o tres canciones en las que todos participan cantando o bailando».

«Al final de la Eucaristía nos sirven un bocadillo de injera, -el pan típico de Etiopía, una especie de panqueque gigante hecho con harina de tef, un cereal local-, con papas, arroz y algunos guisados hechos con tomate. Los ancianos de la comunidad participan en la comida. Los buenos modales dictan que no se coma todo porque las mujeres también tienen derecho a su parte después de que los hombres hayan comido».

«Al regreso, a lo largo del camino se suele encontrar con muchas personas, especialmente mujeres, que vienen de la misa dominical en las iglesias protestantes. Nos saludamos con alegría porque todos somos hermanos y hermanas y creemos que Jesús resucitado es el salvador de toda la creación».

P. José Vieira, mccj

Revista Além-Mar

Disponible en comboni.org