Desde abril de 2023, la nación africana se encuentra sumida en una guerra liderada por dos generales rivales que, según Naciones Unidas, ha creado la peor crisis de los últimos años.
Una huida de 350 kilómetros por el desierto para evitar los puestos de control establecidos por los dos grupos militares enfrentados, y desplazarse desde El Obeid, en el centro de Sudán, más al sur, hasta Kosti, a 350 kilómetros de Jartum, zona controlada por el ejército regular. Tres misioneros italianos tuvieron que abandonar su misión en junio pasado después de 72 años de presencia; a ellos, así como a las Hermanas del Sagrado Corazón y a las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa, se les ordenó evacuar por razones de seguridad.
Desde abril de 2023, los aproximadamente 40 millones de sudaneses tiemblan ante los nombres de Burhane y Hemetti. El primero, el general Abdel Fattah al-Burhane, jefe del ejército sudanés, libra una feroz batalla contra las tropas de su rival, el general Mohamed Hamdan Daglo, apodado Hemetti, quien, con sus «Fuerzas de Apoyo Rápido» (RSF), durante 2024 ganó cada vez más terreno, llegando a rodear la ciudad de El Obeid y controlar todas las vías de comunicación. Una situación que se ha vuelto demasiado peligrosa para los misioneros extranjeros refugiados en Kosti como para seguir siendo, como explica Alessandro Bedin, sacerdote de la comunidad, «un signo de esperanza, apoyando en la medida de lo posible las actividades pastorales existentes y apoyando de las escuelas».
Las cuestiones críticas
«Las cosas no han mejorado en Sudán», se queja el misionero, que explica cómo el conflicto, que podría haber causado hasta 150 mil víctimas, sigue suponiendo un calvario para la población. «Por la noche –cuenta su historia– los civiles apagan todas las luces para evitar ser detectados y atacados por drones». Además, la electricidad es escasa y «la gente se las arregla con paneles solares y carga sus teléfonos con el coche». Lo mismo ocurre con el agua corriente: transportada en camión, hay que pagar por cada litro de agua, a pesar de los intentos del gobierno de cavar pozos en la ciudad. «Debido al aumento de los precios –continúa Bedin– incluso si se encuentra comida en el mercado, es demasiado cara».
Según la OMS, la mitad de la población de Sudán está gravemente desnutrida y 8,5 millones de personas se encuentran en estado crítico. «Son los niños los que más sufren –observa el religioso– mientras los adultos intentan encontrar una manera de sobrevivir».
En cuanto a los servicios públicos, «los hospitales están funcionando al mínimo, al igual que las escuelas que el gobierno intentó abrir en agosto. La infraestructura del país no existe, está bajo el control del ejército o de las milicias y los fondos para ponerla en funcionamiento son difíciles de encontrar».
Personas desplazadas y refugiados
Según las Naciones Unidas, la de Sudán está entre las peores crisis humanitarias del mundo con 11 millones de civiles desplazados y tres millones refugiados en países vecinos, aproximadamente un tercio de la población total. No lejos de Kosti, en la frontera sur de Sudán, la ciudad de Renk ha visto crearse «un campo para 20 mil desplazados y refugiados que reciben ayuda de las Naciones Unidas y de organizaciones humanitarias», explica Bedin, y cada día, la ONU y varias ONG envían aviones para proporcionar un mínimo de ayuda humanitaria a ciudades fronterizas de Sudán del Sur como Malakal y Bentiu.
En otro país fronterizo, Egipto, algunos de sus hermanos combonianos se dedican al cuidado y pastoral de los refugiados sudaneses. Hay más de un millón en el país, la mayoría de ellos en El Cairo. «Mientras la guerra continúe, el número de refugiados aumentará», teme el misionero comboniano.
La misión de la Iglesia local
En El Obeid, sólo cuatro miembros del clero quedaron para acompañar a los mil fieles, entre ellos el obispo, dos sacerdotes y un diácono. Con la partida de los misioneros, explica Bedin, «los laicos se encargan de la pastoral y de la catequesis, con la ayuda de los sacerdotes presentes. Es bonito ver que, a pesar de una situación realmente difícil, hay una presencia de la Iglesia local capaz de hacerse cargo de la situación. Por fin son buenas noticias». En las ciudades de la diócesis de El Obeid, que cubre la mitad oriental del país, las necesidades de las comunidades católicas locales a menudo se confían a un solo sacerdote. Sin embargo, los horrores del conflicto no perdonaron a la Iglesia y a sus ministros. Por ejemplo, al regresar de un encuentro con los obispos de Sudán del Sur, el obispo de El Obeid, mons. Tombe Trille, fue «golpeado» en los puestos de control tanto por el ejército como por las fuerzas paramilitares. El obispo dijo a la agencia ACI-África que estuvo «al borde del martirio» y recibió innumerables golpes violentos en el cuello, la frente, la cara y ambos lados de la cabeza, y que esto fue hecho para extorsionarlo.
Además de ocuparse de las actividades pastorales, la Iglesia de El Obeid también ayuda a las personas más desfavorecidas. Cáritas Internationalis apoya a un centenar de familias, a pesar de las dificultades para obtener dinero en efectivo.
«África salvará a África», le gusta repetir al misionero italiano, tomando esta máxima de san Daniel Comboni, fundador de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, Provicario de África Central en Sudán entre 1877 y 1881. Esta esperanza se basa sobre la resiliencia de Sudán, un país poblado en un 97% por musulmanes «que ha pasado por los peores momentos». Entre 1881 y 1898, por ejemplo, durante la guerra madhista, «no había sacerdotes ni religiosos en Sudán». Luego, los misioneros reconstruyeron la Iglesia a principios del siglo XX y hoy, la antorcha de la fe ha pasado a la Iglesia local.
Crédito de la nota: Vatican News.